LAS cifras no terminan de reflejar la realidad física ni siquiera la dimensión social del problema, pero los datos ofrecidos por el Servicio de Asistencia a la Víctima (SAV) del Gobierno vasco, que se ofrece a todos aquellos que han sufrido las consecuencias de un delito, resaltan por enésima vez las dramáticas consecuencias de esa lacra humana de la violencia machista, causante del 51% de las víctimas que acuden al SAV. En otras palabras, una de cada dos víctimas de un delito de cualquier tipo que precisan atención personalizada en Euskadi lo es de la violencia machista. Año a año, la violencia contra las mujeres golpea las conciencias y las sensibilidades de toda la sociedad, que observa entre el lógico desasosiego y la vergüenza su propia incapacidad para frenarla. Y aunque es indiscutible que los poderes públicos han tomado conciencia de la magnitud del problema que como sociedad tenemos, con el agravante añadido de que sigue afectando a las generaciones más jóvenes -y la labor realizada por el SAV es una prueba evidente de ello-, no parece existir un modelo de prevención y protección para un problema único pero de casuística extremadamente complicada por heterogénea. No en vano sólo en Euskadi se han producido en los últimos seis años un total de 26.643 denuncias por violencia machista, con una media de más de diez al día a pesar de ser la comunidad del Estado que presenta una tasa más baja con 69 denuncias por cada cien mil mujeres. Pero, en cualquier caso, es precisamente la misma gravedad del problema la que exige extremar la demanda del respeto a la igualdad absoluta de derechos entre mujeres y hombres; evitando la largamente denunciada laxitud frente a la desigualdad, tan extendida que aún hoy todavía abona la absurda ideología de la superioridad de género y por tanto sus consecuencias, también las más irracionales y violentas, los delitos que generan víctimas. Seguramente, el dato del Servicio de Atención a la Víctima es uno más, pero también debe servir como nuevo aldabonazo a la conciencia de la sociedad y, en lo posible, contribuir a que la cifra se siga reduciendo en el futuro. Porque la concienciación y la educación, especialmente entre los más jóvenes, son las vías para lograr erradicar lo que la prevención y la protección únicamente -y es mucho- palian.
- Multimedia
- Servicios
- Participación