como todos los años desde 1987, a comienzos de año se reúne en Davos la flor y nata de la élite económica mundial para debatir nuevas tendencias o circunstancias que pueden marcar el mundo en el que vivimos. Davos es una ciudad suiza y es la base del inolvidable libro de Thomas Mann La montaña mágica, en el cual se narran las peripecias de Hans Kastorp en un sanatorio para enfermos mentales.
A esta reunión se le llama el Foro Económico Mundial (WEF) y fue fundada por Klaus Schwab. Este año el tema de la reunión que arrancó el martes con un mensaje del Papa Francisco es La remodelación del mundo: consecuencias para la sociedad, la política y los negocios.
Como argumentaba el propio Schwab en un reciente artículo, el objetivo de este foro es "expresar la necesidad de que los dirigentes reevalúen de arriba a abajo cómo se están moviendo las placas tectónicas mundiales para predecir los terremotos que sabemos que se avecinan y reaccionar de forma más adecuada a ellos", ya que "los líderes tendrán que saber estar por encima del torbellino de crisis inmediatas".
Ahora bien, ¿estas reuniones sirven para algo? ¿Se generan ideas que sirven para mejorar el mundo? ¿O son ideas debatidas por parte de la élite mundial para mantener sus privilegios?
Actualmente están aumentando las desigualdades, ya que según el intelectual estadounidense Noam Chomsky, 100 familias tienen el 76% de la riqueza mundial y la tendencia parece aumentar. El paro juvenil se estima en 73 millones de personas. Persisten tensiones geopolíticas en Oriente Próximo o África, donde ahora el caso más sangrante -no el único- es el de la República Centroafricana. Además, aparecen nuevas tensiones entre superpotencias como Japón y China, o la reciente inestabilidad en Ucrania.
El diagnóstico no es bueno. Entonces, ¿qué soluciones hay? Las soluciones que nos den son las que nos van a decir si, en efecto, los allí reunidos buscan mantener su estatus o mejorar el mundo. En este caso hay dos posibilidades: una mejora pequeña para que no me toquen lo mío y no haya un gran levantamiento popular, o una mejora real renunciando a muchos privilegios. Por supuesto, abogo por la primera opción.
De la misma forma que en la reciente reunión entre Barack Obama y Mariano Rajoy en la Casa Blanca ya sabíamos que el presidente norteamericano iba a decir que alababa los esfuerzos de España para contener el déficit, pero que seguía muy preocupado por la tasa de paro, también ahora podemos aventurar las conclusiones.
Nos dirán que la crisis mejora y que ya no hay peligro de ruptura del euro.
Nos dirán que la sociedad avanza y que ahora lo importante es la igualdad de oportunidades, no la económica.
Nos dirán que las personas deben preocuparse por su futuro y que el Estado de Bienestar ya no puede cubrir a toda la población, sólo puede hacerlo -y no siempre- en el caso de los más desfavorecidos.
Nos dirán que los gobiernos no deben dormirse en las reformas estructurales y que todavía falta mucho por hacer.
Nos dirán que no hay que dormirse con el asunto del cambio climático y que todos los países deben hacer un pequeño esfuerzo.
En resumidas cuentas, nos dirán que sí, se ve luz al final del túnel. Pero lo importante es lo que no nos dirán.
No nos dirán que los gigantes tecnológicos y globales usan la ingeniería fiscal y los paraísos fiscales para pagar menos impuestos (en España los gigantes tecnológicos sólo dejan 1,2 millones de euros en impuestos) y que hay que arreglar esta competencia desleal.
No nos dirán que el sueldo de los grandes directivos -que llega a ganar más de 350 veces el salario de un trabajador normal- es inmerecido. Al fin y al cabo, ellos son muy buenos y por eso están ahí.
No nos dirán que el desigual reparto de la renta hace que los más ricos inviertan sus excedentes en la bolsa o el sector inmobiliario, generando burbujas que desestabilizan la economía.
No nos dirán que esta crisis mezcla falta de demanda, gran capacidad de producción global e infraconsumo, y que la única solución posible es repartir mejor la renta para fomentar el consumo y así salvar el capitalismo. Lo harán cuando la cosa esté al límite de la misma forma que llevaron la prima de riesgo española al límite para poder ganar más dinero en intereses.
No nos dirán que en los niveles más altos, el mercado es corrupto con diferentes oligarquías compinchadas entre sí: es el llamado capitalismo clientelista. Si no fuese así, ya habrían metido mano al problema de las multinacionales que tienen filiales como empresas diferentes, según les interese en términos fiscales y de costes.
No nos dirán que la economía ha pasado a ser del 99-1: el 99% de la riqueza para el 1% de los actores.
Eso sí, no descarto declaraciones tipo "hay que refundar el capitalismo". Es un patrón recurrente en la historia humana. Cambiar las cosas para que sigan igual.