la salida de las más importantes crisis que hemos vivido en este país fue posible gracias a un espíritu general de cooperación. Una cooperación que, implicando a agentes vascos públicos y privados, se ha desenvuelto en medio de una dinámica que ha solido transcurrir desde la acción reivindicativa hasta la asociación para la participación más constructiva.

Ahora mismo para salir de la crisis importa concretar alianzas entre nuestras instituciones públicas y los representantes del capital y el trabajo del país. Así, podríamos activar de la manera más provechosa las interacciones entre la Administración vasca y los agentes sociales, de tal manera que el desarrollo económico sea efecto del ejercicio de la libertad económica y de la intervención pública en una operación equilibrada, evitando caer en manos de la tutela burocrática y de la espontaneidad del mercado.

Sin embargo, la realidad de hoy es dura. En Euskadi se ha perdido ese espíritu cooperativo y no se ve la manera de superar el estado de conflicto social en el que parecemos haber caído.

Es muy difícil reconstruir ese espíritu de manera estable si no es desde abajo. La cultura de asociarse y cooperar implica la participación de personas en las esferas que las que desarrollan su actividad. Tuvo razón Tocqueville cuando relacionó asociación con democratización. Y para democratizar el ámbito de la economía habrá de recurrirse también a la empresa.

En este marco están pasando cosas que no conviene ignorar. Podría decirse que el futuro del cambio social pasa por la empresa. El primer sindicato del país quiere sindicalizar la empresa. Tras la caída de los convenios colectivos, otros sindicatos ha adoptado la misma línea de reflexión. La patronal, por su parte, propone centrar las relaciones laborales en el contexto de la empresa y la competitividad. Y el Gobierno Vasco plantea una estrategia de innovación social que persigue democratizar las empresas. Si juntáramos todas estas posiciones sin tener en cuenta los puntos de choque entre ellas, compondríamos una visión global de la empresa muy interesante y atractiva.

La realidad hoy es que los puntos de conflicto prevalecen, al menos entre los agentes sociales. De principio, si de verdad creemos en las capacidades de las personas que componen la empresa, la mera aceptación de que ésta es el terreno de interlocución y lucha es un factor muy positivo.

Además, una empresa que busca la cohesión interna a través de la participación activa de sus agentes productivos es un foro muy arriesgado para que intervengan agentes externos. Cuando los colectivos sindicales quieren localizar el conflicto en los centros de trabajo es posible que busquen hacerse fuertes allí para mantenerse quietos en una guerra de posiciones que puede llevar al cierre a algunas empresas. No obstante, deben de saber que esta lucha es muy delicada en este ámbito y que la apuesta por sindicalizar las empresas puede acabar siendo un auténtico desafío para la supervivencia de los propios aparatos sindicales.

Tradicionalmente, empresarios y trabajadores han descargado en las organizaciones sindicales la responsabilidad de representar las relaciones laborales, pero este viejo modelo podría quedar descartado de triunfar un modelo de empresa como proyecto participado y compartido.

El conflicto es inevitable, por supuesto. Tras la desregulación de la negociación colectiva, la realidad se ha complicado de tal manera que ha pillado a contrapié al conjunto de los actores sociales. La perplejidad resultante de que ha ocurrido algo inesperado puede llevar a que éstos escojan respuestas equivocadas.

Las grandes centrales pueden estar tentadas de atrincherarse en los centros de trabajo negándose a participar y compartir responsabilidades en la marcha ordinaria de las empresas.

La patronal también debe disipar las dudas que ha podido crear con sus propuestas. No es lo mismo abogar por individualizar las relaciones laborales que buscar que la empresa sea un auténtico proyecto compartido, en el que se pueda visibilizar que la empresa es lo común que todos sus integrantes.

No hay duda de que vivimos en un tiempo de transformación social. La línea de democratizar las empresas que quiere impulsar el Gobierno Vasco responde a una realidad hiriente -la pérdida de control democrático sobre la economía- y bebe de la importante experiencia asociativa y participativa que ha perfilado históricamente nuestra cultura popular, creyendo que puede ser útil para el nuevo impulso que necesitan nuestras empresas. De esta manera, no hay duda que la cultura asociativa, de cooperación y diálogo, sólidamente asentada abajo se reflejará en una disposición más proclive de los agentes sociales y económicos a acordar, junto con las instituciones públicas, el plan de país que necesitamos.