en un contexto de crisis económica y de fortalecimiento de la extrema-derecha, los discursos y actitudes racistas se han incrementado en Francia. El hecho de que la derecha republicana se haya apropiado varias ideas del Frente Nacional y haya puesto los temas de la inmigración y la inseguridad en el centro del debate público y de la agenda política han propiciado la liberación de la palabra racista, en la medida en que una parte cada vez creciente de la población gala tiene cada vez menos temor a mantener un discurso racista. No en vano, el racismo biológico ha dejado lugar a un racismo cultural que algunos sociólogos han denominado neorracismo.

Como subraya Pierre-André Taguieff, el racismo "biológico y no igualitario" ha prácticamente desaparecido en Francia. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, en gran medida en razón de los dramas y estragos provocados por el nazismo con la exterminación de varios millones de judíos y gitanos en los campos de concentración, la idea de que existirían diferentes razas y algunas serían superiores a otras ha retrocedido notablemente, sin desaparecer del todo. Esta representación ampliamente extendida en los años 30 del pasado siglo ha sido condenada rotundamente por la comunidad internacional a partir de 1945.

Hoy en día, como indica Vincent Tiberg, "los institutos de sondeo continúan preguntando a las personas si las razas humanas existen y si algunas de ellas están más dotadas que otras (?). Desde hace cinco años, solamente el 8% de las personas encuestadas defienden la desigualdad de las razas (?). Se trata de una cifra marginal. Además, no para de bajar y concierne esencialmente a personas mayores que han sido socializadas en un mundo diferente al nuestro. Hoy en día, el antirracismo se ha convertido en la norma democrática".

En realidad, el racismo no ha desaparecido sino que se ha transformado, ya que el racismo biológico y no igualitario ha dejado lugar a un racismo cultural y diferencialista. Esta visión incide en las civilizaciones, culturas e identidades que serían supuestamente homogéneas, puras e incompatibles entre sí. Sobre la base de esta representación de la diversidad cultural, étnica y geográfica, los colectivos inmigrantes en general y especialmente aquellos de confesión musulmana no serían integrables, ya que existiría una incompatibilidad irreconciliable entre esta civilización y la civilización occidental, cuyas raíces serían europeas y cristianas.

Este neorracismo alude a las tradiciones, estilos de vida y valores para fundamentar su argumentación. Concede rasgos específicos, homogéneos e inamovibles a ciertos colectivos sin tomar en consideración la diversidad que los caracteriza. Por ejemplo, considera la población de confesión musulmana como un todo que gozaría de una fuerte unidad, olvidando que se divide entre sunitas y chiítas, que es practicada en países árabes y no árabes y que el nivel de adhesión difiere notablemente entre los partidarios del islam político, los simples practicantes y los fieles que mantienen una relación lejana, para no decir inexistente, con la religión musulmana.

Según Patrick Simon, este neorracismo se desarrolla a partir de los años 80. "La sociedad francesa ha entendido entonces que la inmigración no sería un fenómeno periférico y provisional: los hijos de inmigrantes estaban matriculados en los centros educativos y los inmigrantes residían en los barrios desfavorecidos", de modo que se encuentren en el centro de la sociedad francesa. Frente a esta situación, "algunos ciudadanos galos han tenido una reacción nativista (?). Han proclamado que eran los propietarios legítimos de Francia y que, a ese título, tenían derecho a un trato preferente. El Frente Nacional ha resumido ese discurso sobre los valores en un eslogan: Francia para los franceses".

Desde los éxitos electorales cosechados por la extrema derecha, tanto en las elecciones presidenciales como en los escrutinios legislativos, sin olvidar los buenos resultados obtenidos en las elecciones parciales que han tenido lugar a lo largo del último año, ese racismo culturalista y diferencialista se ha difundido en la sociedad gala, a menudo en nombre de los valores republicanos. Ese racismo se manifiesta preferentemente a través de la islamofobia que proviene incluso de las mujeres cualificadas. Para Vincent Tiberg, esta islamofobia "da cuenta de un distanciamiento con respecto al Islam y a sus prácticas que no se confunde con el racismo ordinario".

En definitiva, el racismo se ha transformado, tomando la forma de un racismo cultural y diferencialista que se expande en nombre de las tradiciones, hábitos y estilos de vida que serían supuestamente homogéneos, inamovibles e incompatibles. Tanto la extrema derecha como una parte de la derecha republicana se han apropiado de ese discurso, confiriéndole cierta legitimidad y propiciando su normalización.