no son pocas las afirmaciones frecuentes acerca de la disponibilidad de la juventud mejor formada de la historia y no menos las notas de prensa sobre el paro de los jóvenes, y entre éstos de los más cualificados. La formación universitaria hunde sus raíces en la expansión de un modelo de formación superior en los años 70-80, con una demanda social que consideraba la carrera garantía de un buen empleo que asegurase la calidad de vida. Nuestros padres buscaban, con alto sacrificio personal, trabajar mucho para conseguir, a través de la educación superior, que sus hijos pudieran acceder a este estatus social. Superar la línea divisoria entre los empleos de elite y los oficios de taller requería una titulación superior y el destino de los jóvenes que lo lograban eran grandes empresas en expansión. Un ingeniero eléctrico buscaba trabajo en una compañía eléctrica y un licenciado en empresariales, en un banco o en una aseguradora.

Esto ha cambiado radicalmente porque la demanda de nuevos trabajos cualificados en grandes empresas se ha reducido drásticamente. La modernización tecnológica sostenida de decenas de años afecta también a este cambio de tendencia y sólo sería esperable una tasa de renovación por jubilaciones, lo cual no se produce en momentos de crisis, sino mas bien lo contrario. La reducción sistemática de empleo de las grandes compañías ante reestructuraciones luego no se recupera.

Pero nuestro tejido empresarial es una estructura densa de pequeñas y muy pequeñas empresas, que son las que generan la mayoría del empleo. La contribución al empleo de las microempresa es máxima en los países del sur de Europa como Italia -con un 46% del total-, Portugal -41%- y España -38%-, mientras Alemania -referencia para ciertas cosas- se sitúa en un 18%. Esto quiere decir que el perfil de los empleadores difiere mucho entre el norte y el sur, y sin embargo estamos tendiendo a una uniformidad en las competencias y títulos universitarios superiores en Europa.

Esto nos conduce a pensar si no debiera existir un espacio específico de formación superior para este colectivo de microempresas, especialmente para sus directivos y gestores o para los relevos generacionales. Sin embargo, no observamos cambios significativos hacia esta dirección, ya que el sistema de carreras universitarias nos produce especialistas que van demasiado sobrados para cubrir puestos de gestión en una pequeña empresa. Por lo general, centramos el debate universidad-empresa en el nivel teórico de estudios y el dominio practico en la empresa, pero nos fijamos mucho menos en la integración de saberes entre técnica, gestión y humanidades que requiere todo directivo joven de una pyme o un emprendedor.

La gestión eficiente de una pyme requiere disponer competencias en el aspecto técnico, el económico y en la faceta de relaciones personales con clientes y empleados. Pero esta cualificación universitaria no existe porque los expertos docentes que construyen los requisitos de la formación superior entienden que ésta debe ser monotemática. Si no es especializada en conocimientos no es superior, criterio válido en la visión académica, pero no desde el punto de vista de la aplicación a la sociedad y a la empresa. Y no llegar a un alto nivel de especialización supone remitirse erróneamente a la Formación Profesional, que contiene los mismos errores de diseño en los principios básicos de organización de los oficios técnicos especializados.

En nuestros días hablamos mucho de la innovación como la panacea de todos nuestros desafíos económicos y sociales. También esto debe llegar al rediseño de los estudios para que la inserción universitaria mejore. Nuestros jóvenes bien formados salen a buscar empleo en grandes empresas, donde son bien acogidos por su especialización y su energía. Mientras, nuestras pymes -las que nos pueden crear más empleo- no reciben este impulso de los jóvenes formados, lo que las limita en competitividad y renovación.

Algún planteamiento de formación superior para las pymes ofrece dobles titulaciones, si bien se han diseñado más como reclamo -dos títulos con algo más de esfuerzo que uno- pero no como foco de orientación de la educación para la pyme sectorial.

Las futuras titulaciones que llamaremos trípode -con una mezcla equilibrada de técnica, gestión y humanidades- orientadas a sectores empresariales concretos y no a funciones especificas son un camino imprescindible a recorrer. Esto puede evitar la pérdida de capacidad productiva, retomar el atractivo por el saber superior en la pyme y obtener resultados de la enorme inversión realizada en educación, lo que supone ampliar el número de personas empleadas con estudios superior sin generar nuevos parados.

Lo que fue un costoso logro social en los últimos 40 años lo estamos perdiendo por la escasa flexibilidad en la transformación de los sistemas educativos. No podemos, después de que nuestros mayores hicieron tanto esfuerzo personal para que alcanzáramos un alto nivel de formación superior, perder ese importante legado por la inadecuada orientación de los sistemas educativos.

No se trata tanto de crear cosas nuevas en la formación en contenidos o competencias, sino de reorientar nuevas combinaciones de conocimientos, habilidades y actividades para llegar a esta gran innovación orientada a los sectores que nuestros tiempos exigen, y sin tanta especialización como lo fue hace años. Tal vez son los países del sur los que tenemos que resolver esto.