hace no demasiado tiempo, recordarán los lectores la boutade del ministro de Finanzas de Japón, Taro Aso, que pidió a los ancianos nipones un acto supremo de patriotismo: que aceleren su muerte para evitar gastos innecesarios a la sanidad pública. Lo dijo muy claramente: "Que se den prisa y se mueran... Yo me despertaría sintiéndome mal si sé que el tratamiento está pagado por el Gobierno". Insólita sinceridad la del ministro, a la sazón uno de los políticos más ricos de Japón, pidiendo el suicidio en masa como receta para aliviar la crisis; pero insólita no sólo por lo inhabitual de decir estas cosas en público -que tantos otros ya habrían pensado- sino por haberlo dicho a la provecta edad de 72 años. Incluso en Japón se ofendieron, y el tipo zanjó el asunto pidiendo disculpas por sus "declaraciones inapropiadas" (sic).

Aunque, meditando sobre el tema nuevamente, al fin y al cabo no resulta disparatado intentar desembarazarse de los viejos cuando estás anegado de codicia. El capitalismo es un sistema que se basa en la rentabilidad, independientemente de las necesidades de las personas. Estas se convierten en un medio más y cuando alguien no es productivo, aunque haya trabajado toda su vida aportando recursos a la sociedad, es lógico que desapareciesen como unidad de coste, por improductivos.

Hace unos meses, un poco antes de las declaraciones de Taro Aso, el Fondo Monetario Internacional elaboró un informe pidiendo que se bajaran las pensiones por "el riesgo de que la gente viva más de lo esperado". Esto no ocasionó ningún escándalo -como lo del ministrillo japonés- porque cada vez nos suena más esta cantinela de que vivir más tiempo de lo debido es todo un problema. Durante décadas se trabajó para que las personas vivieran más y mejor, pero ahora la crisis sugiere que dicha política sanitaria, asistencial o educativa ha resultado contraproducente desde el punto de vista económico. En unos pocos años se calcula que en los países desarrollados se vivirá dos años más y eso preocupa al FMI y a muchos gobiernos que actúan como su alargada sobra sobre la economía real, es decir, contra los intereses reales de sus ciudadanos. Y no paran de intentarlo sin disfraz, con la piel de lobo, que al fin y al cabo ser auténticos les sale muy barato.

Pero puede haber otras fórmulas igualmente efectivas: trabajar más años, congelar normas como la ley de Dependencia, privatizar la sanidad pública aunque haya que incluir los beneficios, imponer el repago del euro por receta para limar el consumo de medicinas o laminar competencias de las comunidades autónomas, que tanto estorban la gestión del desaguisado. Recordemos que la posibilidad de empeorar la expectativa de vida es algo factible, como ya lo demostró la política de Margaret Thatcher en el Reino Unido.

En el FMI se sabe que España -junto con Japón- es uno de los países donde la gente vive más años. El Gobierno de Rajoy está dispuesto a aplicar, obediente, las recetas propuestas de recortes por el despiadado organismo internacional a través de los hombres de negro de Bruselas.

Lo cierto es que vienen a por los viejos con la disculpa de que hay que dar salida a los jóvenes. Y para ayudarles, otro recorte a la vista de 2.500 euros y la subida del IVA en lontananza, en lugar de bajarlo y gravar las transacciones especulativas financieras que aliviarían las consecuencias de tanto regalo público a las instituciones financieras peor gestionadas, con directivos que tratan de eludir el Código Penal.

Es un grave error asociar solamente la vejez o la juventud con la edad como también lo es asociar la sabiduría a la edad. No se es más sabio por ser anciano, pero está claro que existen jóvenes ancianos que ya no tienen ilusión por nada, y ancianos jóvenes de los cuales puedes aprender a muchísimo. Todo menos apartarles para que no molesten y el ojalá que se mueran.