la profunda crisis económica que ha tambaleado las estructuras financieras, empresariales y mercantiles también ha afectado a los mismos cimientos del dinamismo social. Una conmoción económica de esta envergadura debiera haber cuestionado la ideología y estrategia capitalista a fin de plantear alternativas radicales o evolutivas hacia nuevos modelos. Sin embargo, ocurre lo contrario. Ha afianzado aún más el sistema.

Hace más de cien años, el sociólogo Max Weber hacía ver en su conocida obra La ética del protestantismo y el espíritu del capitalismo (1905) cómo el éxito económico era signo de salvación en la mentalidad social de la época. Adam Smith, principal teorizador del capitalismo liberal, ya había definido ese espíritu como "la búsqueda del propio beneficio, que es el motor de la actividad económica y de la prosperidad general". Sin embargo, el mismo Weber observaba que ese capitalismo histórico iba a convertirse en lo que denominó una jaula de hierro carente de motivaciones morales y religiosas. La racionalización capitalista y la burocracia administrativa, junto con el poder empresarial y las leyes darwinistas del mercado, han logrado encerrar a las personas en una rica cárcel para unos pocos regida por leyes neoliberales, pero donde paradójicamente no existe la libertad.

Para hacer frente a este proceso económico han ido surgiendo alternativas como el socialismo, el proceso cooperativo surgido en el Reino Unido a mediados del siglo XIX o, en Euskal Herria, el movimiento vo de Mondragón impulsado por José María Arizmendiarrieta. Propuso el espíritu cooperativista como inspirador del ideario de la empresa, cuyo soporte es la solidaridad como fuerza impulsora. Su centro es el capital humano -trabajo y persona- y un capital financiero subordinado. En el hombre cooperativo, según el pensamiento de Arizmendiarrieta, se afirma la fe en la persona humana, en su honradez, en su trabajo y en su conciencia ética.

El proceso cooperativo de Mondragón, que ha alcanzado amplios niveles de expansión en el mercado capitalista, ha entrado en una grave crisis al cerrar la firma insignia Fagor Electrodomésticos, con las graves consecuencias para miles de personas y otras empresas afectadas que confiaron en su despliegue y fortaleza.

Algo ha fallado y es necesario un honesto y trasparente análisis de las causas de este fracaso empresarial y de su gestión. Diferentes puntos de vista apuntan hacia diversos factores causantes del desastre, desde quienes opinan que este cooperativismo se ha movido en coordenadas capitalistas, hasta los que achacan su hundimiento a una dirección inapropiada y con falta de previsión ante las agresivas competencias del mercado; tampoco faltan denuncias de incapacidad estratégica del cooperativismo para afrontar y moverse con libertad crítica y solvencia en un modelo económico globalizado.

La nueva coyuntura del mercado global ha desbordado la estrategia de esta empresa, que se ha embarcado en una competitividad cuyas acometidas no ha podido resistir. ¿Se ha aclimatado al modelo capitalista renunciando a sus principios? ¿Ha faltado participación y conciencia crítica? ¿Se ha dado una dejación de responsabilidades cooperativas? Son muchas preguntas que deberán ser respondidas para que la experiencia cooperativa de Mondragón ofrezca credibilidad y eficacia estratégica.

En medio de las incertidumbres de tantos trabajadores ante su situación, a la que debe darse respuesta solidaria institucional y grupal, hay que mirar a medio y largo plazo para abrir nuevos caminos desde el auténtico espíritu cooperativista y, como afirmaba José María Arizmendiarrieta, "levantar al pueblo con la fuerza del pueblo, auxe izango da gure alkartasun gizatsua eta aurrerapidetsua, gure erria erriaren indarrez jaso dezakeena".