el Instituto Nobel Noruego galardonó ayer a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) con su Premio de la Paz de este año, en una decisión que podría considerarse sorprendente y, sin embargo, nada arriesgada. No se trata de que la organización acreedora al premio no haya hecho méritos para obtenerlo, ya que la lacra de las armas químicas merece desde hace décadas una decisión internacional severa que exigiría su erradicación tras un siglo de uso en prácticamente todos los conflictos del mundo. Es sorprendente más bien porque este año había nombres propios que se han erigido en referente de la lucha por los derechos humanos, sin estar vinculadas a intereses geoestratégicos concretos de un determinado establishment, como sin embargo sí lo está la acción de la organización premiada, seguramente a su pesar. La notoriedad de la OPAQ llega al calor de su intervención en el desmantelamiento del arsenal químico sirio, y ahí reside lo poco arriesgado de la elección, puesto que se sustenta en los titulares de prensa de medio mundo. Frente a las más de 200 personas individuales cuyo ejemplo en defensa de los derechos individuales y colectivos les había convertido en candidatos, el premio a la OPAQ sirve para enfocar aún más en positivo, si cabe, la acción internacional coercitiva de EEUU y la diplomática de Rusia sobre el régimen de Siria, de modo que no se asumen riesgos de incomodar a ninguno con la concesión del premio a personas que, en uno y otro caso, dejarían en evidencia los espacios opacos de ambas potencias. La prohibición de las armas químicas deberá comenzar por su fabricación y venta, de la que algo saben las principales potencias del planeta. Los sucesivos tratados de prohibición no han impedido que su mercado siga creciendo, como los múltiples tratados de no proliferación nuclear no han hecho sino restringir el club atómico a un puñado de países, pero no les ha despojado de esa amenaza masiva. La exclusividad de este club fue precisamente el detonante de la proliferación de arsenales químicos facilitados por EEUU, China y Rusia en sus respectivos lugares de interés geoestratégico. Si este premio sirve para actuar sobre esa raíz, bienvenido sea. Si no, será un ejercicio estético.