mientras el Gobierno de Rajoy tenga en su mano la potestad de las contraprestaciones para los presos -la cuestión más importante a resolver junto a la atención a las víctimas-, a los políticos de todos los partidos vascos les quedan pocos marcos como la Ponencia de Paz y Convivencia del Parlamento para poner en valor el fin de la violencia y apuntalar, al menos eso, las bases de un futuro en paz.

Si el PSE-EE ha decidido optar por dejar que la paz sin desarme se vaya asentando en la sociedad vasca como una de las posibles salidas del laberinto, coincidirá con todos aquellos que quieren que el silencio borre la huella de la violencia y deje para los historiadores lo que la política -al menos del PP y PSE- no quiere protagonizar. A fin de cuentas, como señalaba el presidente socialista Jesús Egiguren, el final de ETA será su no presencia y la atención a las víctimas y la convivencia, uno de los muchos retos a los que se enfrenta cualquier sociedad. Egiguren no marca la política del PSE sobre esta cuestión, pero tampoco es baladí su reflexión desde el faro costero en el que se ha instalado hace tiempo.

Apostar por la visibilidad del fin del terrorismo -como defiende el PP y reitera amenazante el ministro del Interior- o ir acompañando ese final con un protagonismo de los partidos vascos y con carácter institucional -como es la propia Ponencia parlamentaria- son dos opciones diferentes que ni siquiera son contradictorias. Mantener viva la fórmula parlamentaria es difícil para el Gobierno del PNV porque no cuenta con las viejas mayorías absolutas y preferiría pasar página cuanto antes, pero es el propio lehendakari Urkullu el que está alentando una Ponencia que si no está participada por todos acabará en el minuto justo para firmar su fracaso. Y éste será el fracaso de la política, que a una parte de Euskadi le costaría entender después de tantos años en los que -abiertamente o entre secretos de Estado- ha buscado un ápice de solución en distintas ocasiones con participación de todos los gobiernos.

Rodolfo Ares, exconsejero de Interior y coordinación del Gobierno de Patxi López, es quien ha tomado las riendas del discurso más duro del socialismo vasco respecto al futuro de la Ponencia sobre Paz y Convivencia y ha reiterado desde antes del verano que la permanencia del PSE estaría condicionada a que EH Bildu asumiera el denominado suelo ético aprobado de reconocer el daño causado por el terrorismo, situar la ética y el respeto a los derechos humanos por encima de todo y que la memoria de estos 70 años de terrorismo no sean "una verdad a medias reprimida o amnésica". La razón está en las actitudes de la izquierda abertzale y, de forma especial, sus manifestaciones a favor de los presos durante las fiestas veraniegas en todo Euskadi.

Cabe recordar que la Ponencia de Paz y Convivencia fue una iniciativa de Patxi López a raíz de que ETA anunciara su alto el fuego; fue aprobada por la voluntad y los votos del PSE gobernante entonces y del PNV y en ella se integró también el PP a pesar de su resistencia inicial. Pero EH Bildu y su segunda fila de escaños -que es la que más decide- votaron en contra. Hoy, el PP se ha marchado argumentando que esa Ponencia sólo servirá para lavar la imagen y el pasado de los herederos de Batasuna y los socialistas han seguido sus pasos. La izquierda abertzale ha decidido mantenerse y el PNV ha pasado a liderar su futuro, cualquiera que sea.

Gustaba escuchar al portavoz parlamentario socialista, Josean Pastor, reconocer que la sociedad vasca ya está muy por delante de los partidos políticos respecto a la paz, pero no dejaba de ser un reconocimiento del fracaso de los partidos políticos cuando ETA sigue sin disolverse, el Gobierno de Madrid encallado en la estrategia policial y los demás partidos han perdido la sintonía con la ciudadana.

A la vista del doble criterio del PSE y sin ser preciso un profundo ejercicio de adivinación sobre la actitud de EH Bildu, la primera duda que surge es si el entonces lehendakari López ya preveía que la izquierda heredera de Batasuna no aceptaría ese mínimo ético que se acordó, ni iba a participar en el debate de la Ponencia y contaba con que se quedase fuera. La segunda duda es si existe un espacio de encuentro alternativo para esa visualización del final del terrorismo que a nadie interesa más que al PSE y PP.

Fuera de la Ponencia parlamentaria, el PSE descubrirá la inconsistencia de una estrategia que le ha llevado a estar públicamente ajeno a los grandes momentos del más difícil capítulo por resolver. Porque, como afirma incluso el PNV y también Pastor, el cierre del proceso terrorista no acaba con el olvido, sino con la discusión sobre lo ocurrido y la búsqueda de acuerdos básicos sobre lo irrepetible.

El pacto del mojón entre nacionalistas y socialistas ha resuelto los aspectos económicos que podían hacer quebrar la legislatura de Urkullu y el PNV. Se entiende menos por eso que el PSE renuncie a desarrollar su habilidad para el diálogo en una Ponencia donde la política vuelve a ser una herramienta valiosa y fuera de la cual los discursos sueltos no crean ovillo.

No es previsible que el PNV vaya a dejar suelto el hilo con que ha atado a EH Bildu en la Ponencia, aunque sólo sea para dejarles ante la evidencia de lo vivido y forzar, en la medida de lo posible, la extensión de conceptos como tolerancia, convivencia y normalización por encima de la propia historia. No será un trabajo fácil, pero más difícil parecía darle la vuelta a una década de ese enfrentamiento entre nacionalismo y socialismo al que parece haberse puesto fin.