los dos monstruos estructurales del capitalismo a los que se refería el economista John Maynard Keynes eran que el sistema resultaba absolutamente incapaz de crear empleo digno para todos y que tampoco lograba crear igualdad entre los humanos, sino discriminación y exclusión social. Pero el sistema ha funcionado porque, como recuerda el teólogo jesuita José Ignacio González Faus, se vendió muy bien desde un ateísmo de derechas que supo camuflarse recurriendo a la religión para enmascarar sus graves injusticias. Y hasta hoy.

Para colmo, el sociólogo Max Weber le facilitó el espaldarazo moral con aquello de la raíz calvinista del capitalismo, interpretando el Evangelio de aquella manera. Así, el capitalismo ha logrado una justificación hasta difuminar las advertencias del Evangelio sobre el peligro del dinero como pasión y fin. La consecuencia es la desfiguración del Cristo comprometido con los excluidos del mundo y el desprecio de la actitud que derrocha compasión y misericordia.

Ha tenido que llegar el Papa Francisco para que todos entendiéramos a la primera que una religiosidad que concibe a Dios como el defensor de los privilegios y la riqueza frente a una gran mayoría que no tiene lo básico sólo merece el nombre de idolatría. Y ahora los beneficiados del Primer Mundo empezamos a pasarlas moradas porque la codicia financiera pretende laminar los derechos mínimos y pauperizar a grandes capas de la sociedad.

Francisco afirma que no ha sido "jamás" (sic) de derechas y lo explica en una larga entrevista. Una afirmación que viene explicada en otras declaraciones anteriores: "el capitalismo salvaje ha enseñado la lógica del beneficio a cualquier coste, del dar para obtener, del provecho sin mirar a las personas? y los resultados los vemos en la crisis que estamos viviendo". Estas y otras afirmaciones del Papa ponen de los nervios a muchos católicos y a buena parte de la curia, que ven cómo estas opiniones se repelen con la teoría de Adam Smith: "No esperemos obtener nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino del cuidado que ellos tienen de su propio interés. No recurramos a su humanidad, sino a su egoísmo, y jamás hablemos de nuestras necesidades, sino de las ventajas que ellos obtendrán".

No estoy abogando por una izquierda igual de materialista y modelos totalitarios caducados. Abogo por que la innovación llegue a los modelos económicos solidarios que sitúen a la dignidad humana como moneda de cambio internacional. Abogo por la Iglesia institución que prime la práctica evangélica hasta convertirse en comunidad de fe, amor y esperanza solidaria que acoge a los desheredados del capitalismo, por amor. Que se desenmascare la gran estafa capitalista y neoliberal que ha destrozado la mejor imagen de Cristo al perpetuar una injusticia estructural, ahora gigantesca con la globalización financiera. El Papa Francisco no para de insistir en el eterno dilema nada teórico: Dios o el dinero.