es posible que haya leído mal. Todo cabe. Pero si lo he hecho de manera correcta, el disfraz de comedia de Paco Martínez Soria se lo puso a la Botella un bandido moderno, Terrence Burns, que fue quien escribió el guión, no Lázaro Carreter. Un tipo de aspecto y gesto repulsivo, experto en el arte de la trampa mediática, que cobró dos millones de dólares por aparejarle al Gobierno del PP una carrera olímpica condenada al fracaso más estrepitoso desde el comienzo.

Si hubiese sido algo natural, propio de las cortas luces de la Botella, lo anterior hubiese pasado como una fatalidad inevitable, pero que esa patochada haya sido urdida a la americana, con estrategias de manipulación de la opinión pública y que obedezca a un guión, empeora las cosas. Porque eso significa que esta carrera olímpica en pos de la nada le ha costado a un país en ruinas un montón de millones de dólares, algo que sólo han sido capaces de ver los periodistas extranjeros, como ha quedado claro en las preguntas que le formularon a la Botella y que no supo contestar porque dio la impresión de que, de verdad, no sabía de qué le hablaban.

Es probable que Burns aprovechara las dotes naturales de la protagonista, pero sobre esa vis cómica, sobre la ramplona imagen de un país que parece estar habitado por chulos, majos y palurdos, el trapacero Burns elaboró una puntilla de simpleza que no se puede decir que haya acabado con lo que nunca ha sido. La Botella y sus bobadas seguirán hasta que las urnas la separen de un puesto político para el que ha demostrado con largueza que no sirve, salvo que sea por capricho de familia. Su talento se reduce a ser la esposa del execrable Aznar.

Del fracaso de esta carrera en pos de la gloria olímpica no hay que responsabilizar más que a los propios participantes, incapaces, literalmente ciegos, de ver hasta qué punto es nefasta la imagen que sus andanzas políticas y económicas han proyectado fuera de este país a lo largo de estos dos últimos años. Es la imagen de los chorizos, los incapaces, de los nulos, los mendaces y los corruptos, gente en la que no se puede confiar, salvo para que se presten con la sonrisa en la boca de baba a los abusos económicos internacionales, su auténtica marca España.

Se lo han dicho de todos los modos posibles los mejores periódicos del mundo, a los que estos bandarras han hecho el mismo caso omiso que hacen a la calle, a su clamor, a esa mayoría silenciosa que creen que les apoya, que está con ellos, cuando lo que está es callada, ahíta, aplastada. Desfachatez no les falta, eso desde luego, pero creen que la majeza y el arte del desplante suplen el bien hacer, arreglan los balances, esfuman las temibles cifras del paro o de los recortes sanitarios, pasando por las estafas institucionales o de las familias desahuciadas.

Ahora bien, cómo puede cobrar alguien dos millones de dólares para diseñar chapuzas como la del relaxing cup of coffee y que no pase nada, que no se pidan responsabilidades. Esta gente ha gobernado y gobierna un país en quiebra. ¿Con qué autoridad moral? ¿Por qué ya sólo somos capaces de reírnos de nuestras desdichas, expresadas en astracanadas de feria, y no nos rebelamos? ¿Es hora de reconocer que no tenemos capacidad alguna de reacción efectiva?

Por muy extendido que esté su consumo me cuesta creer que el café con leche sea una emblemática bebida nacional, símbolo del relaxing. No es una Guinness, carajo, ni tampoco un Machaquito cuartelero. Aún con una maza de jamón al hombro, en plan reina de bastos, la Botella hubiese pasado, pero al café con leche dando la vuelta al mundo no lo veo como seductora marca España. Lo que prueba que su asesor es algo más que un imbécil, es un desaprensivo que cuenta con el paraguas de la impunidad que le otorga el partido en el poder.

Aquí lo que de verdad les duele a quienes manejan los hilos del guiñol no es haberse quedado sin olimpiadas madrileñas -una cuestión de necio orgullo patrio-, sino que se han esfumado las posibilidades de mojar de lo lindo con la bonita coyunda Olimpiadas+PP, que en su lenguaje se iba a llamar Regeneración económica de España o Milagro español.

Ellos, los extranjeros, culpables de nuestras taras y derrotas, empeñados en hundirnos porque nos quieren mal, porque no saben valorar lo bueno, nuestro relaxing, y nosotros mientras tanto a celebrar el milagro español cacareado por ese maleante de Montoro... el milagro es que todavía no nos hayamos ido todos a la mierda. El milagro es que estemos sobreviviendo a los Rajoy, a los Montoro y a las Cifuentes. Marca o milagro, tanto da, porque lo que cuenta es que mientras no suceda de verdad un milagro es esta tropa la que va a seguir gobernando de ruina a derrota y de fracaso a abuso, mientras nosotros, eternos paganos de la farra, nos partimos el orto de la risa, y el público extranjero se pregunta con asombro: "Pero esta gente, ¿de qué se ríe?".