"que el árbol no te impida ver el bosque" suele ser una expresión habitual para referirse a aquellas situaciones donde una cuestión inmediata, por muy importante que sea, tiene el riesgo de hacernos perder la perspectiva general de una cuestión compleja y por lo tanto, provocar que la respuesta también inmediata resulte contraproducente para el largo plazo. Cada cierto tiempo es necesario hacer un alto y reflexionar sobre la generalidad, levantando el foco de nuestra atención y, sin escabullirnos de los problemas del día a día, observar los fenómenos de fondo que, a medio o largo plazo, nos van a afectar directa o indirectamente.
En esta ocasión, aprovechando el sosiego veraniego, he estimado necesario llamar la atención sobre el fenómeno creciente e inquietante -pero al mismo tiempo silencioso- del acaparamiento de tierras que se está dando en los países más pobres de nuestro planeta.
En esta última década, como denuncia la ONG Oxfam International, se ha vendido arrendado en todo el mundo la enorme cantidad de 203 millones de hectáreas de tierra, la superficie equivalente a ocho veces el tamaño del Reino Unido. Una superficie que podría alimentar a mil millones de personas, casualmente el número de personas que hoy en día se acuestan con hambre cada noche.
El alto precio de los alimentos -principalmente desde el boom del 2007- y las perspectivas de crecimiento demográfico mundial a un ritmo exponencial han disparado el interés de los inversores -empresas multinacionales agroalimentarias, fondos de inversión o estados propiamente dichos- por la compra de tierras. En algunos casos para asegurar la provisión de materias primas para sus empresas o países, pero en muchos otros con el único objetivo especular con el valor de las tierras y lograr un rápido enriquecimiento jugando con el sustento de millones de personas.
La inversión en agricultura es un objetivo loable y necesario para lograr el desarrollo de los países más pobres y atrasados del globo. La hambruna y pobreza de sus poblaciones locales hacen más necesario que nunca la inversión responsable en agricultura, el apoyo a las pequeñas familias agricultoras y el desarrollo de infraestructuras básicas como acceso a la tierra, riego, comercialización, formación, tecnología o maquinaria. Y por ello es uno de los grandes objetivos que se ha fijado la ONU con la celebración en 2014 del Año Internacional de la Agricultura Familiar, una efeméride lograda por el incansable empeño del Foro Rural Mundial, entidad de hondas raíces vascas pero con amplias ramificaciones en los cinco continentes gracias al trabajo en red de cientos de organizaciones y asociaciones de la sociedad civil.
Las grandes bolsas de tierra adquiridas en los países pobres apenas benefician a la población local ni les ayudan en su lucha contra el hambre. En algunos casos se dejan sin cultivar a la espera de que la especulación haga incrementar su valor para el beneficio de sus inversores y en otros muchos el cultivo está destinado a una agricultura orientada exclusivamente a la exportación. Y siendo muchas veces cultivos para la producción de biocombustibles y utilizando a la población local en unas condiciones laborales más que precarias.
La previsión de que para el año 2050 la economía mundial se triplique hace pensar que serán necesarios mayores recursos naturales y agrícolas, que ya son escasos. Lógicamente, la tierra adquiere un valor en alza en un planeta sometido a una enorme presión en su lucha contra el cambio climático, el agotamiento de los recursos hídricos, la cada vez mayor demanda de captura y almacenamiento de carbono o la producción de biocombustibles para los países más desarrollados. Y estos crecientes usos de la tierra entrarán en competencia desleal con los intereses más primarios de la población local que ansía, en primer lugar, acabar con el drama del hambre y desnutrición de su población.
En este difícil contexto son cada vez más numerosas las voces que reclaman y exigen a los organismos mundiales que tomen medidas para garantizar que la población de esos países que sufren el acaparamiento de tierras sea tenido en cuenta y sus intereses más básicos no se vean perjudicados por el ansia voraz de los países más ricos del planeta.