hace tiempo que los Estados laicos de Europa han llegado a un consenso que es compartido tanto por los defensores de la religión como por sus críticos y, en palabras de Peter Berger, entienden por secularización el proceso mediante el cual sectores de la sociedad y de la cultura dejan de estar controlados por las instituciones y los símbolos religiosos. Esos Estados, que no han dejado de ser laicos, tienen regulada la impartición de clases de religión en la enseñanza, excepto en Francia. A pesar de esa regulación, Europa continúa siendo laica. Es curioso que, en nuestro entorno, es considerado laico un Estado si la asignatura de religión se encuentra fuera del sistema educativo. Es que esto es diferente. Por cierto, que cuando hablamos de religión estamos hablando de religión católica, islámica, diferentes confesiones evangélicas o judía, que tienen acuerdos con el Estado para impartir esa asignatura, siempre voluntariamente elegida.
Hay quien afirma que la intolerancia es el mal permanente y el reverso paradójico de la obsesión por la verdad. En nuestro contexto, hay tanta obsesión por la verdad, también la verdad absoluta a favor o en contra de la religión, que las dosis de intolerancia que estos días se sacan a la luz no auguran nada bueno. Y cuando se habla de estos temas, a uno se le encoge algo por dentro, pues habla con un poco de miedo.
Uno oye afirmaciones que buscan muy poco el consenso con el fin de alejar una formación reglada de la propia religión, que es sólo para aquellos que lo desean. Algunas de ellas parten de organizaciones de la escuela pública que, lógicamente, están financiadas con fondos públicos, pero intervienen en los colegios e institutos como si fuesen los propietarios de los centros.
Es triste que la crítica a la ley Wert se haya enredado en los entresijos de la asignatura de religión, que es un ámbito en el que, por cierto, se trabajan intensamente los valores, y no precisamente los neoliberales. Como decía Michel Foucault en La arqueología del saber, "Sí, es posible que hayáis matado a Dios bajo el peso de todo eso que habéis dicho; pero no penséis que con todo eso que habéis dicho habéis construido un hombre que viva más que Él". Porque lo verdaderamente importante en este momento es que siga viviendo la persona. Unos con Dios, otros sin Dios, pero alimentemos a la persona. Hagamos un proceso de encuentro y tolerancia entre creyentes e increyentes para que el infierno no sean los otros, como decía Sartre.
Decía Confucio: "Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir". Hagamos un esfuerzo por llegar a un mínimo acuerdo perdurable en una cuestión cuyo debate tiene una trayectoria de siglos y porque, en realidad, aunque utilizamos el nombre de una determinada asignatura en un contexto histórico concreto, estamos hablando de otra cosa. Y es que las flores que dan sentido tienen muchos colores y no se oponen ni se excluyen unas a otras. Si no lo hacemos, cuando nos demos cuenta sólo quedará el arroz, y en unas pocas manos? deshumanizadas.