TODO apunta a que no ha de llegar la catarsis colectiva de los mandatarios, que, pese a las palmarias pruebas, seguirán acorazados. La entera franqueza no tiene prisa por acercarse a los labios de quienes nos gobiernan. ¿Debía asomar la verdad tras el atril, delante de los focos o bastará que proyectemos luz sobre nuestras propias verdades? Larga cadena de frustraciones nos animan a concluir que el progreso social no se urde tanto en calle Génova, en Ferraz o La Moncloa, como en más íntimas sedes.
En realidad, buena parte de este sistema, no solo de una opción política, está fundamentado en la falsedad: la ficción del dinero como norte, de la rivalidad como progreso, de la competitividad como rector de nuestras relaciones? Los engaños nos acorralan: la química cura, los animales nos son ajenos, el veneno es preciso para que los campos florezcan en abundancia y el asfalto es el inevitable escenario de nuestros días. Nos ocultaron sobre todo que el servicio público tiene más que ver con el volumen de la entrega al prójimo que con el grosor de un sobre cargado de dinero negro.
Las falsedades nos acorralan, pero nos resistimos a acostumbrarnos a ellas. Vivimos sorteando incongruencias, de forma que no nos sorprende que un presidente se atrinchere en las suyas. Ante la expectación de toda una sociedad, el supremo mandatario sube a los micrófonos. No somos, ni deseamos ser jueces para afirmar, pese a la abundancia de pruebas, que los sobresueldos entraran en su bolsillo, pero nos permitan otro rumbo, nos concedan ya no estar pendientes de sus ruedas de prensa, no permanecer a la expectativa de que en ellas al fin aflore el hombre en su transparencia, en su entereza, en su conciencia.
No somos peritos de grafología, avanzaremos con la caligrafía más segura de nuestras verdades. Cuando un sistema falso zozobra nos queda asirnos a principios eternos, imbatibles; afrontar futuro con las máximas que no caducan. Más allá de las estructuras en preocupante medida corrompidas, de las incógnitas que seguramente nunca resolveremos; de la proliferación de mandatarios que no se prestan a otorgarles deseada confianza?, toca encarnar los valores que anhelamos en el mundo.
Toca apagar aún un poco más los telediarios en los que escasean los hombres que portan su corazón en la mano. Toca sobre todo escribir nuestros propios cuadernos sin borrones, ni engaños. Sí, queremos mandatarios rectos, pero somos conscientes de que esa pulcritud gobernará arriba, cuando se instale plenamente en nuestros adentros. Más allá de lo que ellos apuntan en sus cuadernos sospechosos, toca limpieza en la contabilidad entre nuestras líneas. Toca denunciar el cuaderno de los abusos, el proceder del generoso tesorero siempre tan cargado de sobres, pero sobre todo librar de mancha el cuaderno de nuestras cuentas.
A la postre, quizás nuestro futuro nos lo juguemos menos de lo que pensamos en los despachos de los políticos. Toca fundamentar el mañana en esas certezas que juntos estamos construyendo: la seguridad de que el valor superior de la solidaridad rige el universo y más pronto que tarde gobernará también nuestro planeta; la convicción de que el desarrollo se sostendrá definitivamente cuando por fin imperen los principios del cooperar y el compartir, la evidencia de que cuanto más damos, más recibimos, de que la verdad siempre termina aflorando y venciendo?
Tenemos verdades como alboradas a las que servir. No necesitamos estar pendientes de pronunciamientos lejanos, de ninguna rueda de prensa. Ellos saben de su recorrido hacia la debida honradez y espíritu de genuino servicio. Nosotros también tenemos gobierno compartido en nuestros hogares, en nuestros círculos más cercanos, en nuestras parcelas de trabajo... También hay ahí necesidad de justicia, solidaridad, belleza, armonía? A cada quien su afán. (...)