LOS graves y crecientes problemas de esta economía en crisis son centro inevitable de las preocupaciones diarias, angustiosas para muchas personas, ante un presente y futuro sin perspectivas. El imaginario colectivo gira, por tanto, en torno a esta realidad donde lo económico, entendido como el dinero, escaso y precario para la mayoría, el salario que no llega a fin de mes, la falta creciente de empleo, la inseguridad del puesto de trabajo, las pensiones amenazadas, la negociación colectiva frente a la intransigencia patronal son los temas que envuelven y dominan la vida cotidiana.
Y como subrayan Vicens Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón (Hay alternativas, 2011), "la mitificación del dinero, la universalización de lo mercantil lleva a que todas las dimensiones de nuestra vida humana se hayan puesto en venta. La avaricia descontrolada, el cultivo del egoísmo y el fomento de la desinformación o la constante manipulación de las conciencias, han logrado poner el mundo patas arriba, invertir los valores y las prioridades ?"
El capitalismo neoliberal y el poder omnipresente del mercado se han erigido en los conductores exclusivos del mundo sometiendo personas y pueblos a su imperio. Su ideología ha invadido el imaginario social con una neomitología y simbología del poder y poseer donde el dinero es el referente supremo del bienestar y felicidad; han elevado a rango de dioses lo que en épocas anteriores era un medio de vida. Sólo interesa lo que produce ganancias. Sólo vale lo que se ingresa en la cuenta bancaria, también insegura. La vida tiene sentido cuando se posee una sustanciosa base monetaria. Y para ello han manipulado la mentalidad social colectiva: "Sin los medios de formación de opinión, estaríamos perdidos; nadie sabría qué pensar" (El Roto).
Según estos criterios, los adinerados y los detentadores de puestos de poder utilizan sus medios financieros para incrementarlos sin escrúpulos recurriendo a paraísos fiscales, negocios interesados, corrupción política. Y a quienes carecen de lo más elemental para vivir y experimentan a diario el zarpazo depredador en la bolsa de la compra, se les cierran las salidas. La economía queda dominada por quienes se han adueñado del timón de la nave del mundo al que han convertido en un Titanic cuyo final trágico conocemos.
La estrategia capitalista, en definitiva, ha convertido a las personas en consumidores, atados al mercado y a sus beneficios; en este altar deben sacrificar sus vidas si quieren tener una garantía de salvación. Y los pueblos han sido difuminados en masas controladas por el estado que, a su vez, es dirigido y dominado por el capital y sus intereses. Su política ha consistido en romper relaciones solidarias y han intentado anular la historia de su identidad colectiva.
Pero no lo han conseguido. Cuando para algunos habíamos llegado la fin de la historia, sin más porvenir que su desarrollo mercantil y la injusta desigualdad como estatus quo inamovible, han aflorado símbolos y mitos renovadores, nuevas formas de pensamiento, redes interrelacionadas que animan estilos de vida diferentes. Frente a la ideología del pensamiento único se han abierto otros cauces generadores de alternativas nuevas. Se ha intensificado la actividad creativa de movimiento sociales y populares en favor de una visión más holística, ecológica y convivencial, de participación y colaboración, de autodeterminación.
Sus razones y motivaciones radican en la memoria colectiva de cada pueblo y, en concreto, de Euskal Herria, tejida por mitos, convicciones, experiencias, memoria histórica, luchas populares,hondos sentimientos de conciencia identitaria en donde nace y se alimenta la capacidad para ser sujetos, dueños de su destino.
Y puesto que los mitos y símbolos perduran y ejercen una importante influencia en los procesos populares y en sus comportamientos colectivos, es necesario tenerlos en cuenta, respetarlos e interpretarlos críticamente como elementos válidos para la construcción de la solidaridad y de la paz económicas. Los mitos son, en efecto, constructores de la realidad y al mismo tiempo reflejo de la conciencia de los pueblos que los crean y donde se afirman. Euskal Herria es, pues, al mismo tiempo un mito y una realidad representada y expresada en esa categoría simbólica, referida al sentido de identidad y religación entre las personas que constituyen este pueblo y su forma libre de relacionarse con otros pueblos. Un mito generado en primitivas experiencias por un colectivo que compartía territorio, lengua, costumbres, relaciones, conciencia étnica.
A lo largo del tiempo, como el río que fortalece su corriente y traza su cauce, este mito compartido fue arraigando en la construcción de un Pueblo que, a pesar de múltiples incidencias e influencias exógenas, afianzaba su identidad y se definía con nitidez entre otras culturas y pueblos. Quienes han intentado destruir ese mito, su historia, su conciencia, sus expresiones lo hicieron desde mitos invasores, como la españolidad, la cristiandad política y, hoy, el imperio de la globalización.
Dentro de aquel contexto y visión del mundo, la vida política se ejercía en formas básicas luego institucionalizadas: juntas, concejos/batzarrak. Eran la práctica de la democracia vasca fundada en la base popular. La propiedad de la tierra mantenía su sentido comunal, proveniente de los tiempos de la cultura pastoril prehistórica. Existían los bazterrak (lo labrado, adjunto a la casa, origen de la propiedad privada), pero el resto eran herri-lurrak (tierras del pueblo). Representaban, en definitiva, formas de expresar la religación (religión) del pueblo con la tierra en su economía y en su convivencia de relaciones horizontales.
La época veraniega, que comienza con los mitos del solsticio de San Juan y se prolonga en fiestas, celebraciones populares, festejos, evoca y renueva cada año mitos y símbolos, costumbres, tradiciones cargados de ese sentido para la conciencia colectiva de Euskal Herria que promueven y motivan relaciones de libertad e igualdad. Pero sobre todo ofrecen y promueven un paradigma de identidad propia. Frente a la invasión racionalista, masculina, dominante, uniforme, controlada por el capitalismo neoliberal, el sentido matrial, compartido, horizontal cuyas raíces y referentes simbólicos en Euskal Herria son Ama lur y Mari, expresan el sentido telúrico, arraigo a su tierra, a su identidad y lengua en un pueblo sin diferencias, protegido por sus divinidades mitológicas.
Tales experiencias y convicciones prevalecieron frente a cultura invasoras. Por ejemplo ante la religión romana que poseía en su panteón toda una jerarquía de divinidades celestes, dominantes, reflejo de su imperio donde el mismo Cesar era un dios. Protegían no al pueblo, sino a sus dominadores y señores y a sus privilegios. Las divinidades eran el modelo de su estructuración y relaciones político-sociales, basadas en la desigualdad y sometimiento. Tal ideología imperial no tuvo influencia determinante en la mentalidad mítica vasca. Y aunque se diera un cierto sincretismo religioso-político y, más adelante, reinos e imperios, amparados por la cristiandad, introdujeran de nuevo la mitología de la dominación y sometimiento, subsistió, en medio de una permanente conflictividad mitológica, la identidad de Euskal Herria.
Hoy ante la irrupción de los mitos neoliberales del imperio del capital que envenenan el imaginario social de pueblos y sociedades, adquieren virtualidad nueva los mitos liberadores que se expresan en las movilizaciones populares, que defienden la tierra, reivindican su derechos, son símbolo de la libertad solidaria para, desde alternativas experimentadas, construir un mundo nuevo.