lo que empezó como una insurrección contra la dictadura de Bashar Al-Assad dentro del contexto de las revueltas árabes se ha convertido en una guerra civil entre las dos corrientes predominantes en el Islam, la suní -en la que se encuentran los diversos grupos rebeldes- y la chií, formada por el ejército sirio, los grupos armados próximos al gobierno y la milicia libanesa de Hezbolá. Dentro de este juego de bandos, cada uno tiene apoyos dentro y fuera del mundo musulmán. Los suníes reciben su gran soporte en Arabia Saudí, Pakistán y sectores de Túnez, Libia, Egipto y Turquía. Por su parte, el mundo chií tiene su centro neurálgico en Irán, controla el gobierno de Irak y el sur de Líbano a través de Hezbolá.
En el exterior, el bando suní posee hasta cierto punto el apoyo de Occidente, EEUU y Europa, mientras los chiís tienen como aliados a Rusia y China. Al igual que en tiempos de la Guerra Fría, Occidente se enfrenta a Oriente por el mantenimiento de su influencia a nivel mundial, usando como campos de batalla los conflictos existentes en otros países. De esta manera, EEUU y Europa deciden apoyar a los suníes para contrarrestar la influencia china, rusa e iraní.
El problema reside en que al observar de cerca a los rebeldes sirios vemos cómo grupos vinculados a Al-Qaeda son los que llevan la voz cantante. Mientras los europeos gastamos millones de euros para combatir el terrorismo yihadista, la UE está entregando armas a estos grupos que ahora combaten en Siria contra el régimen de Al-Assad. Como ejemplo de esta paradoja tenemos a Mustafá Setmariam, ideólogo de Al-Qaeda y responsable del atentado del restaurante El Descanso en 1985, que probablemente se encuentra combatiendo junto a los rebeldes sirios al mando de la brigada de los Mártires de Hama, a pesar de la reciente negativa del Gobierno español respecto a las informaciones sobre su liberación.
Ante la inminente ofensiva del régimen sirio contra el bastión rebelde de Alepo, EEUU se ha apresurado en anunciar un aumento en la ayuda a la oposición y, por supuesto, los europeos, también. Nuestros líderes políticos consideran más importantes los intereses geoestratégicos que la seguridad de sus ciudadanos, que son los que padecen los estragos de los atentados terroristas.
El caso español es especialmente sangrante, puesto que una gran porción de su territorio -la antigua Al Andalus- es demandada por los visionarios del sufismo. Si los atentados del 11-M no sirvieron para abrirnos los ojos ante esa amenaza, no sé si posibles atentados futuros lo harán. EEUU ya decidió en la década de los ochenta financiar la yihad internacional para combatir a los soviéticos y todos sabemos cuáles han sido las consecuencias. No cometamos el mismo error. Si Europa ha de apoyar a algún bando, debería ser a los grupos de laicos y musulmanes moderados que deseen instaurar gobiernos más afines al sistema político democrático. El triunfo de la Hezbolá chií o la Al-Nusra suní supone el triunfo de la intolerancia religiosa y un obstáculo para el progreso y las futuras relaciones entre Europa y Siria.