alo largo de su dilatada historia, PNV y PSE, las dos fuerzas más veteranas del espectro político vasco, han alternado ciclos de colaboración y confrontación. El pueblo vasco se ha beneficiado de sus etapas de colaboración, pero también de alguno de sus períodos de confrontación. La irrupción a finales del siglo XIX de ambos partidos y su afianzamiento como organizaciones de masas rivales proporcionó una opción de pugna política que liberó al país de la espiral belicista dinástica de la que era incapaz de salir. El lehendakari Agirre, en una muestra propia de ese "optimismo inquebrantable" que le atribuyó el socialista Indalecio Prieto, confió siempre que de esta tensa rivalidad derivara un influjo positivo recíproco, de tal manera que la masa socialista se vasquizara nacionalmente y que lo social se impusiera definitivamente entre las masas nacionalistas. Sin embargo, entre las masas sociales vascas y sus dirigentes políticos no se ha producido aquella fusión perfecta de lo nacional y lo social que el primer lehendakari hubiera anhelado.
A pesar de las enormes esperanzas inaugurales, tras el acceso de ambas fuerzas al poder público recuperado, la realidad ha resultado más limitada que las expectativas asociadas al deseo. Los socialistas no se han desprendido de su subordinación estatal y los nacionalistas hemos preferido el cultivo y la transmisión desde abajo de nuestra mejor tradición social personalista. En ese vacío se ha desarrollado el simulacro oportunista del MLNV, que ha recurrido a lo nacional y lo social por su utilidad agitadora frente al poder estatal, implicándonos en una espiral trágica que ojalá haya finalizado.
Aún sin esa fusión perfecta, el nacionalismo y el socialismo vascos han coprotagonizado todas las grandes oportunidades para construir una nación y una sociedad avanzadas que hemos tenido en la historia reciente. Han estado juntos en el origen de la autonomía vasca moderna, el sostenimiento de la legitimidad institucional bajo la amenaza de la dictadura, la posterior restauración democrática y la reconstrucción social, económica y política del país, creando el escenario en el que vivimos.
Desde los pactos de Lizarra en 1998, entre ellos ha predominado la confrontación, con los máximos de tensión al inicio del ciclo y a lo largo de la legislatura pasada. Un ciclo largo de 15 años en los que los nacionalistas no han dejado de llegar a acuerdos esporádicos con los socialistas -de mayor calado con Madrid que con los vascos- y más por confluencia de intereses que por química humana y política.
A pesar de contar con una larga tradición cooperativa y una evidente cercanía programática, la erosión de las etiquetas de respeto entre los dos partidos ha levantado un auténtico muro de separación que ha cundido entre sus electores más fieles.
¿Es hoy posible reconstruir un eje de estabilidad PNV-PSE? Sobre el papel, este entendimiento es el más acorde con la percepción moderada que la sociedad vasca tiene de sí misma. Se podría alegar que los últimos test sociológicos muestran una mayor aceptación de una alianza vertebradora apoyada en PNV-Bildu. No es tal. Esa predilección tuvo el respaldo de un cuarto de la opinión pública, muy poco más que el que recibe la entente entre PNV y PSE, mientras que había otro cuarto que prefería un gobierno del PNV en minoría. Estas claves son los rescoldos de la última etapa de cruda confrontación entre nacionalistas y socialistas. No podría esperarse otra cosa, la confianza estaba rota, el respeto perdido y la cooperación era inconcebible.
Entre tanto, la sociedad vasca ha ido modificando su percepción de la realidad social y política. EH Bildu no se siente aludido por la presión para el entendimiento. De hecho, todas sus decisiones y sus acciones buscan la suma cero y no la acción cooperativa. Los interpelados a entenderse son PNV y PSE. Y tras seis meses de descompresión, acelerada en las últimas semanas con un auténtico desarme verbal, todo parece indicar que ahora es posible.
Cada uno por su lado, aunque con términos pactados, los dos partidos han anunciado ahora el inicio de conversaciones para lograr grandes acuerdos de país. Los cuatro ámbitos de diálogo que ambos han convenido son el empleo e impulso económico, el fraude y reforma fiscal, la revisión institucional y, finalmente, el sostenimiento de los servicios públicos. No es poco. Son los ámbitos en los que habrá que tomar decisiones de urgencia.
PNV y PSE habrían de hablar sin la pretenciosidad de creer que los poderes públicos tienen la varita mágica. A la acción pública hay que sumar la privada y la social. Habrá que usar las tres llaves -Estado, mercado y CAV- para abrir la puerta de salida de la crisis. Ahora bien, la cooperación entre políticos diferentes es una referencia obligada que habrá de estimular un auténtico despliegue cooperativo -auzolan- que compromete a todos los agentes vascos que se desenvuelven en esas tres esferas, institucional, privada y social-comunitaria.