la jornada de huelga general celebrada ayer por los sindicatos abertzales, la octava que se realiza desde el inicio de la crisis, ha vuelto a hacer patente el progresivo agotamiento social ante una herramienta de reivindicación reiterativa que, sin embargo, no ofrece resultados efectivos para los intereses reales de los trabajadores frente a las políticas que limitan derechos y cercenan servicios. Es cierto que las políticas de recortes y extrema austeridad acumulan motivos para la protesta social y la movilización ciudadana, como evidencian los índices de recesión, desempleo y pérdida de capacidad empresarial. De hecho, las movilizaciones reunieron de nuevo ayer a miles de personas en las calles de Euskadi y concretamente en Gasteiz, capital en la que ELA y LAB centraron su esfuerzo, si bien la jornada apuntó síntomas de agotamiento y estuvo lejos de alcanzar la respuesta masiva de anteriores huelgas, al tiempo que en Álava -salvo en algunos polígonos industriales de las zonas de Agurain y Ayala- tuvo una incidencia muy relativa. Pero más allá de los motivos objetivos de la convocatoria, el desigual y escaso seguimiento debe llevar a la reflexión reflexión a los sindicatos en su conjunto, que adolecen de serios problemas para arrastrar en sus convocatorias a esa evidente mayoría social que coincide en su crítica a las políticas económicas que se vienen aplicando con el pretexto de la crisis. En ese sentido, cabe plantear que el cambio de modelo que exigen las centrales se traslade también a una acción sindical que en raras ocasiones logra la unidad -ni CCOO ni UGT apoyaban esta huelga- y que está derivando, con independencia de los grandilocuentes discursos y consignas de sus líderes, en una creciente debilidad y pérdida de credibilidad. Si estas organizaciones -especialmente la mayoría sindical de ELA y LAB- no logran transmitir con hechos reales que su capacidad de influencia en el mundo laboral se puede traducir en logros en una negociación con los responsables políticos y empresariales, la estrategia de confrontación y el diálogo social chocarán contra el muro de la frustración de los trabajadores. Lo mismo que es exigible a los empresarios la responsabilidad social que les atañe más allá del mero cálculo de costes y beneficios.