siento la necesidad de expresar la gran preocupación que me produce una sociedad que continúa a la espera de soluciones vía decreto, independientemente de que cada semana, mes y año -desde hace cinco- la situación sea más crítica y desesperada. No es muy aventurado pensar que tiene que haber intereses en tensar la situación lo más posible. La historia está llena de ejemplos. Tampoco es menos cierto que los grandes movimientos sociales despiertan cuando se rompen los límites, los cuales previamente resultan desconocidos.

Nunca he creído que la justicia social pueda venir de la mano de quien ejerce la política o de quienes ostentan una alta cota de poder, no sumando todos ellos más de un 1% de los habitantes de este País Vasco. Fuera de esa lista nos encontramos el 99% restante que pasamos desapercibidos por falta de protagonismo real. Es tremendo pensar hasta dónde se puede ningunear a toda una sociedad de uno de los lugares más avanzados del planeta o bien hasta dónde se deja ningunear. Es inquietante sentir hasta dónde puede llegar una educación basada en la memoria y el razonamiento lineal -no en el pensamiento crítico y creativo- y un poder encargado de tener a mano la zanahoria de turno que satisfaga las necesidades básicas y banales que ha creado sobre el consumo y el entretenimiento. Por tanto, no pido ni espero soluciones de ese 1%.

¿Y qué hacemos el resto? ¿Qué ha cambiado en la pequeña y mediana empresa en los últimos cinco años? Por un lado, ha podido ser la aplicación de la reforma laboral en forma de reducción de salarios o despidos a precio de saldo, o bien de una mayor presión trabajando más y cobrando menos sin ninguna transparencia y justificación y menos garantía de futuro. Por otro, ha podido ser un acuerdo entre todas las personas en activo y la propiedad consistente en compartir decisiones conjuntas en asambleas, eliminar las horas extra para dar opciones a otras personas, reducir el salario temporalmente si hay pérdidas, repartir la cosecha si la hubiera e incrementar la eficacia y la eficiencia para poder llegar a nuevos clientes y mercados, siendo los mejores en calidad, en servicio y en creatividad. Mi experiencia es la segunda, por lo que garantizo que es una posibilidad y una realidad. No será posible competir a nivel global si las organizaciones empresariales no responden como un todo, con un compromiso decidido y compartido entre todos.

Fue en 1886 cuando en Chicago se iniciaron las primeras manifestaciones en exigencia de derechos mínimos y fue necesario que murieran hasta una docena de trabajadores. Hoy, siglo y cuarto después, no puedes llamarte empresario o gestor si no eres capaz de sentir que lo más importante para el éxito son las personas y que su satisfacción es lo primero que debes lograr, sin esperar que nadie desde el exterior te solucione lo más prioritario. Y hoy, un trabajador no puede estar pensando que lo más importante en su trabajo es cumplir un horario y estar pendiente cada día de sus derechos y obligaciones como si estuviera en terreno enemigo.

¿Se debe de esperar a que patronal y sindicatos se pongan de acuerdo, con años de retraso, para crear esas recetas que deben servir de igual manera para miles de pymes, según un convenio, independientemente de su situación concreta? ¿Qué clase de gestores tenemos y qué futuro nos espera si no son capaces de ponerse de acuerdo con aquellas personas con las deben jugar cada minuto del futuro?

Las pymes que mejoran su posición competitiva internacional deben intentar crear alianzas con otras que añadan no tanto cantidad -que es pasado- y sí aspectos cualitativos como relaciones, clientes o conocimiento. El tamaño medio de nuestras empresas es exageradamente bajo, consecuencia de que en los años de gloria era fácil iniciar nuevas actividades. Estas alianzas requieren en muchos casos perder el nombre, perder poder, perder prestigio, así como obligan a asumir la transparencia de poner la realidad encima de la mesa, dialogar y en muchos casos ceder, lo que no es sino otra manera de invertir.

Con pymes así crearemos empleo y además ayudaremos a la sociedad con nuevas oportunidades para los jóvenes de las que hoy carecen, mejores garantías para las pensiones de los jubilados y nuestro aporte para que la sanidad, la educación y los servicios sociales se mantengan o mejoren. Y todo ello, sin necesidad de políticos ni representantes de grandes organizaciones que actúen de salvadores.

Olvidemos el crecimiento por el crecimiento que tantas frustraciones e injusticias ha creado y optemos por un desarrollo humano justo y sostenible. Como sociedad, también podemos impulsar servicios sociales y una recuperación de viejas viviendas e industrias para condiciones más humanas y sostenibles. Hemos de poner el foco en tener una soberanía financiera, canalizar nuestros ahorros a entidades que no sean opacas y que no comercien ni engañen con nuestro dinero. Tenemos que incorporar la soberanía alimentaria a nuestras preocupaciones, ya que somos un país pequeño que se permite tener miles de hectáreas de tierra en desuso e importa el 95% de los alimentos; procuremos consumir cercano y favoreceremos el acercamiento de los lugares de producción y el comercio local. Debemos alcanzar una soberanía educativa que nos posibilite una enseñanza basada en el desarrollo del pensamiento creativo, no sólo lineal y analítico. No queremos personas preparadas únicamente para el trabajo y el consumo y sí para disfrutar con criterio en aquello en lo que participen a lo largo de su vida.

Se hace necesario un movimiento cívico, sereno y coherente, que conduzca a los ciudadanos a recuperar espacios de soberanía con visión de futuro.