el imputado se removió incómodo en la silla de la sala de espera. El juez tardaba en llamarle, la declaración del imputado anterior se prolongaba y su abogado también tardaba en regresar para contarle cómo iban las cosas. Para aplacar su creciente irritación se puso a juguetear con su smartphone. Más que preocupación, temor, vergüenza o culpa, lo que sentía de verse en ese trance era indignación por la injusticia a la que estaba siendo sometido. Las acusaciones eran ridículas. No he hecho nada anormal, pensó, nada fuera de lugar, nada que no haga todo el mundo o, al menos, todo el mundo que yo conozca, o todo el mundo que tiene los suficientes cojones para hacer lo que hay que hacer, lo que les gustaría hacer a todos los demás y harían si tuviesen oportunidad. Todo por haber sido más hábil que otros manejando dinero y dirigiendo gente. Luego vienen los leguleyos a retorcer los hechos y las leyes para decir que has cometido un delito, que eres un corrupto, un delincuente. Como si ese fiscal no haría lo mismo si pudiera, o a lo mejor ya lo hace cuando no le ven, como si nunca pagase una factura sin IVA o como si el abogado de la acusación fuera un angelito y nunca haya roto un plato, como si no se ha dedicado a defender gentuza y criminales de todo pelo por la pasta. Pero los hipócritas ríen y aplauden y jalean cuando a gente como yo la traen a pasar por este infame paseíllo. Todo es blablablá de ética y de legalidad y de democracia y de la madre que les parió, cuando todos saben que aquí o pisas o te pisan, o eres más espabilado que los demás o te joden, y lo demás son cuentos. Pero hay mucha envidia, envidia cochina. Con lo que me debe a mí esta puñetera sociedad. Y lo que tengo, lo que me he ganado, me lo merezco, me lo he currao teniendo más visión y más agallas que otros. El que vale vale, ni pa Dios somos todos iguales, los derechos para el que se los merezca. Yo podría ser uno más de esos pringaos que se contentan con un trabajo de mierda porque no dan para más, o uno de esos vagos o de esos inútiles o cobardes que ni siquiera son capaces de tener un trabajo o un negocio y quieren vivir del cuento, del subsidio o de alguna hostia de esas. Pero no, a mí nadie me ha regalado nada, no he esperado a que me regalaran nada, he ido y lo he cogido. Que nada es casualidad. Muchos años trabajando, de sacrificio de la mañana a la noche, muchos años dando la cara, haciendo favores a unos y a otros, que hay mucha gente que me debe mucho, que no serían nada si yo no les hubiese ayudado, y que ahora se esconden, ahora dicen que apenas me conocían, que ellos no sabían nada. Como si nunca hubieran estado comiendo gratis en la misma mesa que yo, como si no hubieran aceptado el mismo dinero, como si no hubieran hecho la vista gorda cuando se les ha pedido, como si no hubieran estado en las mismas fiestas y los mismos saraos para celebrar los éxitos, cuando estábamos en lo más alto, en el lugar de los triunfadores. Sabandijas. No te puedes fiar de nadie. Pero ojo, que yo sé cosas, que tengan cuidado, que donde las dan las toman, que no he largado y no pienso largar, pero que si hace falta a lo mejor tengo que contar cosas. Que aquí nadie es inocente, que el que menos reía las gracias de otros. Y los periodistas. Vaya chusma. Van de dignos, se piensan que pueden acusar y manipular porque ellos están limpios. Como si no aceptaran favores cuando los han necesitado a cambio de publicar o de no publicar. A mí hay periodistas que también me deben unos cuantos reportajes, que les he pasado información de la buena, que les he dado papeles, y que ahora tampoco me conocen de nada o que tienen el valor de acusarme de lo que les da la gana. Pero es todo cuestión de suerte, de que te toque o que no te toque. Y de que alguien que te la tenga jurada de pronto también tenga suerte y te pueda cazar porque alguien se ha ido de la lengua o ha perdido los papeles y han acabado en malas manos, o alguien se haya cambiado de bando o se haya vuelto demasiado ambicioso y piensa que tiene algo que vender. Y te montan este circo, como se lo podían haber montado a otro cualquiera. Pero te lo han montado a ti, por envidia, por interés, por casualidad. Y hala, a rasgarse las vestiduras todo el mundo, como si ellos fueran distintos, como si no tuvieran nada que esconder, como si nunca se equivocaran. Que sí, que algunos errores he cometido, sobre todo fiarme de quien no debía fiarme, de no haber previsto que al que vale le pueden pasar estas cosas, que van a ir a por él. Pero no van a poder conmigo. A mi no me hunden, yo no soy de esos. Voy a pelear, para eso tengo un buen abogado con un buen despacho, que al final ser inocente o culpable depende de si tienes un abogado que se lo curre, que sepa moverse en los juzgados, que tenga contactos entre los fiscales y jueces, sus influencias, sus artimañas, que sepa poner los recursos que haya que poner hasta que el proceso caiga en las manos adecuadas. Porque ya me ha dicho que el juez que nos ha tocado, malo, malo, uno de esos justicieros, que va para estrella, que ahora todos los jueces quieren salir en los telediarios. Hay que aguantar hasta que nos toque otro, cuestión de paciencia, los jueces van y vienen, ascienden, se trasladan, se jubilan, se recusan, los procesos van cambiando de manos. La cosa es aguantar cuando hay que aguantar y esperar el viento favorable. O provocar el viento, también hay formas, mi abogado se las sabe todas. Justicia, ya, para conseguir justicia conviene tener lo que hay que tener, no la consigue cualquiera. Por fin, ahí viene este hombre, ya era hora, contento me tiene con todo lo que le pago, en fin, a ver qué me dice.