TODOS los mensajes procedentes de las instituciones comunitarias delatan la preocupación de sus rectores por la situación de la economía española, que está alcanzando el nivel de alarma: la mayor parte de los indicadores económicos son negativos, las previsiones de paro plantean cotas inéditas y las contradictorias proyecciones sobre la evolución de la economía nos sitúan ante un panorama lleno de incertidumbre, por su dilación y por su escasa relevancia. La crisis que empezó a frenar la actividad económica en 2008 va a cumplir seis años y nadie se atreve a vaticinar cuándo se verá la luz al final del túnel. Nadie parece tener un diagnóstico claro de lo que está sucediendo y parece que tampoco hay nadie capaz de ofrecer una hoja de ruta del tránsito que la economía española debería realizar para lograr su ansiada recuperación. Los que se atreven a hablar de futuro esperan al tirón de la capacidad tractora de terceros -algunos citan a Alemania y Francia, otros a Estados Unidos y otros, por fin, a los países emergentes- y confían la recuperación a la demanda de productos y servicios que aquellos plantearán en cuanto alcancen la velocidad de crucero, y al efecto positivo consiguiente para la mejora de la actividad productiva en el estado español y para la creación de empleo. Frente a este panorama incierto da la impresión de que el gobierno de España ha optado por la resignación: se niega a adoptar medidas que puedan ayudar a incentivar la reactivación de la economía o a facilitar el crédito que las empresas necesitan para mantener su actividad y sigue empeñado en concentrar todos sus esfuerzos en el objeto único de su política económica: el control del déficit, objetivo en el que tampoco se ha mostrado capaz de cumplir sus compromisos. Es urgente que los agentes con capacidad de influencia en las decisiones de Rajoy presionen para que, junto a la disciplina en el gasto que los tiempos exigen, el Gobierno se decida a adoptar medidas que impulsen la competitividad y la actividad de las empresas, la inversión y la creación de empleo, antes de que el alargamiento de esta situación se lleve por delante al tejido empresarial que a duras penas resiste y al empleo que de él depende, pues cuesta imaginar nuevas actividades que sustituyan todo lo que esta crisis puede terminar por destruir.