seis millones y pico (alto) de parados. Una cifra nunca vista, un drama de gigantescas proporciones que, a este paso, derivará seguro en una rebelión comandada por aquellos que opten por joder a otros en vez de matarse ellos mismos. Pero los empresarios están contentos. Eso dicen, al menos. La cosa va tan bien que no sólo no hay que no cambiar nada, sino que hay que profundizar en las medidas vigentes, esas que están demostrando que el "empleo continúa ajustándose". Comunicado conjunto de CEOE y Cepyme, representantes de los empresarios. Por si esta estupidez no bastara, afirman ufanos que lo que hay que hacer es insistir en la flexibilidad laboral. Ah, y otra cosa, que el papá Estado afloje la mosca, que las empresas necesitan pasta. ¿Y qué más? ¿Y de dónde va a salir ese dinero que al parecer tanto necesitan si no hacen más que aplicar a rajatabla la legalidad vigente para echar a gente a la calle, a la vez que recortan el sueldo de los que se quedan? Entiendo todas las posturas y, aunque no se lo crean, soy muy comprensivo y bastante desapasionado en el análisis. Pero una cosa es tragar con que hace falta arrojar a algunos por la borda para que el barco pueda seguir navegando y otra muy distinta es lo que hacen algunos -supongo que no todos- que aprovechan las circunstancias para soltar lastre aunque ya no haga falta, todo sea por el bien del dinero. Y luego llegará la hora de volver a contratar, claro, a precio de saldo, que la necesidad y el miedo ahogan que no veas.