HACE unos días el Gobierno del PP aprobó con mucho sigilo el real decreto que alarga la edad de jubilación, entre otras disposiciones que afectan al trabajo y que no parecen responder ni poco ni mucho a la realidad en la que nos encontramos. Hemos llegado a una situación en la que, debido a los avances tecnológicos de todo tipo, cada vez se necesita menos esfuerzo para producir lo que necesitamos, y por lo tanto con muchas menos personas podemos producir mucha más riqueza, e incluso nosotros mismos podemos hacer trabajos que antes precisaban de otros, tales como trámites bancarios y administrativos o compras.
Cuando hablamos de incrementos de productividad, generalmente se nos quiere decir que con menos personas se puede producir lo mismo y más. Es decir, las nuevas tecnologías, la sociedad del conocimiento y todos los avances que hemos conseguido a lo largo de los siglos están transformando la forma en que producimos los bienes y servicios que necesitamos.
Ante esta nueva situación también tenemos que cambiar la forma de organizar nuestra sociedad e introducir nuevos conceptos que hasta la fecha no nos habían sido necesarios o desconocíamos, de lo contrario llegaremos a la conclusión de que aquí sobramos mucha gente, sobramos muchos ancianos que consumen por encima de sus pensiones, sobramos muchos jóvenes, desempleados, inmigrantes, sobramos muchas personas empleadas pero que no aportan valor alguno con su trabajo.
Las enfermedades ya no actúan como regulador de la natalidad y las guerras cada vez necesitan de menos personas, podemos destruir más con menos mano de obra. Somos capaces de producir más riqueza de la que se había producido nunca, pero somos incapaces de establecer un sistema justo para su distribución. La riqueza se concentra en cada vez menos personas, por lo que, para salir de este atolladero, necesitaremos transformar nuestras sociedades para que todos y todas podamos aprovecharnos de la riqueza que generamos. No se trata de dejar de incentivar a las personas en función de su aportación, pero esos incentivos deben de basarse en parámetros que miren más al bien común y menos a la acumulación de euros.
La economía es la ciencia que estudia cómo los recursos naturales -generalmente escasos- son transformados y distribuidos, lo demás no es ciencia sino ideología. La tarta crece más despacio que los comensales y las porciones cada vez son más pequeñas para la mayoría y más grandes para unos pocos. O cambiamos la forma de repartirla o nos quedaremos sin tarta.