no me gusta hablar de los árbitros. Nunca he compartido la utilización de esa variable para explicar las derrotas o las victorias de los equipos, especialmente de los nuestros. Cuando el Baskonia o el Alavés viven buenas o gloriosas épocas nunca se habla de los árbitros. Simplemente juegan bien o, al menos, mejor que sus adversarios. Así se llegó a cuatro Final Four consecutivas, a otra final de la Euroliga, a tres finales de la Recopa, así se ganó una de esas Recopas además de tres Ligas y seis Copas... por encima de quien se pusiera por delante, incluso de aquellos tradicionalmente beneficiados por los trencillas. Así se llegó a Dortmund y se vivieron años en la zona más noble de la Liga, sin importar si los árbitros favorecían a los poderosos o perjudicaban a los pequeños. En esta eliminatoria, el CSKA ha eliminado al Caja Laboral porque jugó mucho mejor en los dos partidos de Moscú y porque ayer fue casi siempre por delante en el marcador después de haber sido mancillado el miércoles en la única ocasión en la que el Baskonia ha sido netamente superior. No obstante, y me refiero a las sensaciones dejadas por el equipo, el regusto esta vez no es amargo sino todo lo contrario. Los jugadores lo dieron ayer todo, con más o menos acierto, pero se vaciaron. Y eso es lo que se les pide en un club relativamente modesto como este, ni más ni menos. A pesar de Christodoulou, Ankarali y Vojinovic -que vale, que nos asaron a técnicas y nos ataron de pies y manos-, así sí.
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