últimamente me han invitado a dos diferentes encuentros. El primero fue un diálogo abierto con veinte personas que se definen como G-30, un grupo de jóvenes de alrededor de los treinta años que ha creado el Club de Roma. Antes de iniciar el cambio de impresiones, les pasé un cuarto de folio en blanco para que contestaran, en unos minutos y en no más de dos líneas, a la pregunta ¿Qué tipo de sociedad quieres? El segundo ha sido un grupo de cuarenta jóvenes en su último curso de licenciatura del programa Talentia de las tres universidades del País Vasco; igualmente, antes de comenzar mi exposición de Ideas para el desarrollo de una sociedad necesitada, les pasé un cuarto de folio para que plasmaran su sentir ante la misma pregunta. En las respuestas -no sé qué valor estadístico tienen- predominan palabras como justa, personas, libre, solidaria, oportunidades o sostenible.

En los comentarios que compartimos se perciben síntomas muy parecidos que, en general, encierran un: "No estamos de acuerdo con lo que está sucediendo", "no hacemos mucho para cambiar, no sabemos bien cómo" o "no nos han despertado el lado crítico". Expresan claramente qué quieren, con frases como éstas: "Una sociedad justa con igualdad de oportunidades para todas las personas. Una sociedad que actúe para cambiar la que existe. Una sociedad que permita que se desarrollen al máximo las personas que la integran. Una sociedad crítica y libre, de personas íntegras y con criterio, capaces de pensar por sí mismas. Una sociedad en la que la gente se preocupe más de las personas que del dinero o las propiedades. Una sociedad solidaria tanto con las personas como con el medio ambiente. Una sociedad que respete los derechos y las libertades de todas las personas, donde todas tengamos la oportunidad de cumplir nuestros sueños. Una sociedad donde una vida digna sea básica y esencial". Puedo acabar copiando las 60 respuestas, pero el común denominador es el mismo: no más de lo que ahora nos rodea.

Estoy convencido de que esta misma pregunta en marzo de 2008 hubiera tenido respuestas de matices claramente diferentes. Podemos considerarlo normal, ya que todo estaba tapado por el ritmo frenético de una sociedad dirigida, en su gran mayoría, por depredadores que no supieron decir basta y además fueron contagiando al resto, insaciables y con el todo vale.

Ante mi crítica de que nada están haciendo para que esto cambie, los jóvenes indican que viven en sus círculos -uni, amigos o barrio- y que no saben por dónde salir. Resulta que ellos se han limitado a asumir las enseñanzas y los hechos de sus mayores, profesores, padres y los que marcan tendencia, y responder como tales para recibir la mejor nota o aceptación.

En su paso por la universidad, a estos cuarenta que ahora terminan no les han dicho que tienen que ser soñadores y críticos, estar inquietos ante los acontecimientos que les rodean y que están conformando la sociedad, que algún día les tocará llevar sus riendas, que tienen que mostrar su inconformidad ante los abusos de poder, las desigualdades sociales, el atropello a la naturaleza, la locura que supone el ir continuamente de un sitio para otro, consumiendo para lograr más crecimiento y menos desarrollo humano.

Recuerdo que en encuentros de este tipo hace años siempre les comentaba que no me daban ninguna envidia, que no me apetecía tener su edad y vivir la sociedad placentera y planificada, que no les cambiaba mis experiencias en el caserío hasta los 17 años o mi vida de estudiante sin nada en los bolsillos y estudiando en una mesa contra una pared que tuve que construirme por mi cuenta, donde tener oportunidades de ver y aprender cosas diferentes era un lujo y una necesidad.

Sin embargo, ahora sí me dan envidia; claro que pueden tener dificultades de encontrar un trabajo, a corto, que satisfaga sus necesidades, pero para lograr la sociedad que quieren -justa, solidaria, libre, igualitaria y sostenible- tienen todo por hacer, el cambio del que imperativamente les va a tocar no sólo tomar parte, sino sobre todo lograr.

Debemos ser conscientes de que son necesarias dos o tres décadas para un verdadero cambio de cultura de vida, olvidar el crecimiento que beneficia a unos pocos y hablar de desarrollo que nos afecta a todos o pensar que tenemos un entorno que no es para destruirlo, sino para disfrutar de él.