PARA que no haya equívocos, diré de entrada que estoy por completo de parte de quien sostiene que "cuando no hay justicia, hay escrache" y que consiste "en que quienes roban, matan, extorsionan y arruinan a la gente honrada deban sufrir la vergüenza pública en su entorno". Definición tan al azar como expeditiva y urgente para tiempos que no permiten consideraciones, matices ni distingos conciliares.
Esa es, digamos, la teoría. La práctica ya la hemos visto: es pacífica, a plena luz y quienes en los escraches participan no se esconden, no agreden; antes bien son agredidos por fuerzas antidisturbios que se extralimitan, antes y después de que el ministro del Interior ordenara la identificación para sanción de quienes participen en protestas callejeras y pacíficas ante las casas de políticos. La instrucción tan confusa como clara que permite la total arbitrariedad policial, que de eso se trata. Un nuevo alarde de ingeniería jurídica en aras de un régimen policial pleno.
El escrache se parece a la muy antigua cencerrada que gozaba de amplia popularidad. Era una manifestación de disgusto social, casi siempre injusta porque la tramaba con los más débiles de la tribu, los diferentes, los indefensos, los que habían incumplido sus leyes abusivas. No buscaba la vergüenza del poderoso o del cacique del pueblón, o lo hacía raras veces. La cencerrada era nocturna y se representa embozada.
La diferencia es que el escrache, con viejos o nuevos cencerros, con ruido, se dirige al que emplea la ley del más fuerte y tras ella esconde su conducta asocial. La diferencia es que quien acosa y amedrenta, quien inquieta la vida de las familias es quien se las da de víctima y abusa y retuerce leyes y maneja los hilos policiales y sus porras. Hablan de niños y olvidan los que han sido echados de sus casas por los desahucios. Vivimos en dos mundos condenados a no entenderse.
Porque aquí hay un acoso, y sobre todo un derribo, previo a las protestas por parte de quienes ponen de escudo a la Policía para impedir y castigar con dureza y de manera abusiva actos que no están expresamente condenados por las leyes. Quienes hablan de acoso y de violencia son los que los practican de manera impune con cobertura judicial y administrativa. Los documentos gráficos son tan abundantes que son incontestables. Lo mismo por lo que se refiere a los miles de víctimas del régimen policiaco del PP en el último año y medio.
Llama la atención que los mismos políticos o bocazas que ahora condenan los escraches hayan participado en cencerradas o reventando actos de sus adversarios políticos. Llama la atención, sin más. Puedes cambiar de ideas, pero podrías abstenerte de echar sermones. El sistema es éste: lo que es válido para mí, no lo es para ti. A eso se llama equidad, democracia, justicia y lo que gusten.
El escrache, moderna cencerrada a contrapelo, es una manifestación de hartadumbre social y una reclamación de derechos por parte de aquéllos a los que de manera progresiva se amordaza. Quienes detentan el poder han convertido el parlamentarismo y el diálogo social en una burla siniestra. Aquí, con la gente que gobierna no hay diálogo alguno y lo saben; por eso lo ofrecen. Aquí hay fractura social y ellos acabarán empujando a una parte estimable de la población a la violencia directa y a la guerrilla urbana, y lo saben.
Movilizarse frente a las viviendas de los responsables directos, no ya de los desahucios, sino del mayúsculo desastre nacional de las privatizaciones, los recortes, el paro, las ruinas, la impunidad de los abusos bancarios, la justicia dual -una para ricos y otra para pobres- y el empobrecimiento general de la población no es más que un legítimo ejercicio de derechos elementales por parte del despojado, del abusado, de aquél a quien en la práctica se le priva de esos derechos.
Muy probablemente aquellos que se preguntan por la legitimidad del escrache tienen ingresos por encima del salario mínimo y un trabajo digno, no están desahuciados, tienen plena cobertura sanitaria para cualquier contingencia, no van a comedores sociales, no recurren a la renta social, no rozan la pobreza ni están en la desposesión. Sólo así se entiende su pregunta, salvo que lo hagan de una manera retórica.
A estas alturas prefiero no escribir que cualquier estrategia frente a quienes detentan ese poder destructivo es legítima porque para métodos mafiosos, los suyos, desde hace mucho además. Sé hasta dónde puedo llegar, aunque también sé que, si siguen empeñados en retorcer el Código Penal, ese camino de libertad de expresión se va a ver recortado.
¿Qué esperan, que andemos con maneras versallescas? Esta es una pelea amañada en la que impera la ley del más fuerte. ¿Por qué respetar a quien no te respeta? ¿Esperan que el ciudadano trague indefinidamente? Hablan de leyes ¿Qué leyes? ¿Las de su ingeniería jurídica?
Está visto que, dado que son incapaces de luchar contra el paro y la miseria creciente, toda la labor política del actual Gobierno se centra, al margen de sus colosales ganancias particulares, en consolidar un Estado policiaco de nuevo cuño, con métodos y medios modernos y ampliamente aceptado por una mayoría social que les sirve de escudo. Y siento repetirme, pero quienes de verdad se repiten son ellos.