con esta frase animaban los generales romanos a sus ejércitos antes de comenzar la batalla. El tiempo, ese que nos hizo pertenecer a un presente seguro y bajo control, huye en medio del caos. O ya no existe porque estamos en manos de trileros sin alma. Pareciera que las líneas rojas sólo están para saltárselas. Como un juego perverso de quien se sabe ganador por decreto y le importa muy poco su descrédito. El límite a los despropósitos diarios por parte del Gobierno del PP no tiene límite.
El Gobierno, sus ministros, sus camellos ideológicos y sus caraduras mediáticas más ostentosas no guardan ningún pudor al hablar de la crisis y sus respuestas, al gestionar la inmisericorde ración diaria de recortes sociales y económicos. Quienes tienen el poder político han dejado de guiarse por el respeto a la ciudadanía. Han olvidado para qué y porqué fueron votados. Porque todo les da igual en este torbellino de mezquindades acumuladas día a día. Actúan guiados por un estado de ánimo que huye hacia delante. Y al lado queda el abismo del que ellos se saben protegidos.
Los dirigentes del PP han entrado en un juego perverso. Saben, por imperativo legal o ilegal, vaya usted a saber, que deben forzar la historia al máximo, que deben tensionar y liquidar el Estado social hasta un punto de no retorno. Nadie, todavía, sabe dónde está ese punto de inflexión en el cual el mundo se pone patas arriba y explota.
Los dirigentes del PP ya no tienen vergüenza para ocultar sus intenciones porque tienen barra libre amparados por un sistema policial y judicial absolutamente entrampado en la rigidez de la perversidad. Para los policías y algunos jueces, sólo vale la razón de Estado.
Las instituciones, la clase política, la justicia, la democracia, el Senado, las Cortes o los parlamentos han dejado de tener credibilidad en un mar de corrupción, mentira, falsedad y, sobre todo, en un océano de irresponsabilidades y agravios comparativos. ¿Puede Rajoy sostener que todos los Bárcenas que infectan la vida política española, probados sus delitos, no estén en la cárcel y mi vecino, obligado a robar en el súper de al lado para dar de comer a sus hijos, tenga sentencia firme de un año de cárcel? En esto se ha convertido la democracia española.
Quienes hoy tienen responsabilidad de gobierno han puesto a esta sociedad del desempleo, de la precariedad, del hambre incipiente, del desengaño, del dolor, de la ruina familiar, de la emigración galopante, de los desahucios inmisericordes, del sangrante desempleo juvenil o de los casi once millones de pobres al borde de la bancarrota social. Dicen que no queda otra. Que se deben a Europa. Que es inevitable, que no hay salidas más allá de esta salvaje cuchillada a la vida de las gentes normales y corrientes. Que esto o la ruina. O como Chipre. No es verdad. Quienes nos gobiernan sólo juegan a ocultar la realidad o a manipularla. Han descubierto que su cinismo es ilimitado. Y además rentable.
Y mientras tanto la gente a pie de obra grita, se exalta, hace huelgas, sale a la calle, roba, trapichea para vivir, se inmola en el altar de la desesperación y sobrevive a costa de la generación anterior. Nos preguntamos dónde está límite para la revuelta infinita. Pero la respuesta de la gente todavía es inmadura. El miedo a perder lo que queda funciona como un freno de mano.
Pero les da igual porque siguen protegidos por la ley y el poder pervertido de sus mayorías absolutas. Y prefieren seguir acumulando tensión y poder. Se sienten seguros porque sus discursos gozan de buena salud en la Europa de los mercados y mercaderes.
Deberían evitar que se encienda la mecha que haga estallar la revuelta. Para eso les pagamos. Y también nos roban por ello. Si no lo hacen, la batalla está lista para su comienzo. Fuerza y honor.