estas palabras del profeta Oseas dicen, mejor que ningún credo ni dogma, quién era Yahvé o Dios para los pobres de Israel. Son palabras que aplicamos a nuestro querido hermano Óscar Romero en el 33º aniversario de su martirio el 24 de marzo de 1980.

El Salvador es un país de pobres. Hombres y mujeres que no tienen mucho que dar de comer a sus hijos, que no tienen dónde vivir cuando la lluvia de los temporales les destruye la casa, que van de puerta en puerta sin encontrar trabajo y tienen que arriesgar paz, familia y vida en otros países. Estos hombres y mujeres en Monseñor encuentran compasión, consuelo y esperanza. Es un país de jóvenes desaparecidos, secuestrados, asesinados día a día y que no encuentran trabajo. Ha sido un país de mujeres que tenían que salir en guinda con sus tiernos en los brazos y que sufrían cuando sus hijos se iban de la casa a la organización o al monte. En Monseñor encontraban fuerza para vivir. Y muchos otros miles en El Salvador, en Guatemala, en Haití o en Colombia han encontrado en Monseñor luz para caminar, generosidad para arriesgar, llanto para llorar, risa para reír.

Fue voz de los sin voz, defensor ex officio de los oprimidos, consuelo de los que lloran. Todavía hoy le llamamos pastor, profeta y mártir. Y le decimos: "Monseñor, en ti el huérfano encuentra compasión". En Monseñor muchos salvadoreños han encontrado al misterioso Dios que da fuerza para vivir. Y en los salvadoreños Monseñor encontró a su pueblo. En palabras suyas: "Mirando el sufrimiento de su pueblo en Egipto dijo Yahvé: Siempre estaré con ustedes". Viendo el sufrimiento de los salvadoreños dijo Monseñor: "No abandonaré a mi pueblo" y "con ustedes correré todos los riesgos". Y al presidente del país que le ofrecía protección le contestó solemnemente: "Quiero decirle que, antes que mi seguridad personal, yo quisiera seguridad y tranquilidad para 108 familias y desaparecidos. Un bienestar personal, una seguridad de mi vida no me interesa mientras mire en mi pueblo un sistema económico que tiende cada vez más a abrir esas diferencias sociales".

De su dolor habló Monseñor en las homilías. "Hermanos, ya me duele mucho el alma de saber cómo se tortura a nuestra gente". Y las homilías las preparaba así: "Le pido al señor durante toda la semana, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignonimia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento".

En ese pueblo sufrido Monseñor Romero encontró luz, cariño y amor. "Siento que el pueblo es mi profeta" o "con este pueblo no cuesta ser buen pastor". Razón tenía el padre Ellacuría cuando dijo: "Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador".

Dios es el primero que ha hecho la opción por los pobres. La Iglesia no ha inventado nada nuevo, Dios cumple mejor que la Iglesia con esa opción, en la que hay dos cosas fundamentales que ojalá las tengamos siempre presentes y ojalá las reproduzcamos nosotros aunque sea en pequeño.

La primera es la gratuidad. "Por el mero hecho de ser pobres, independientemente de su condición personal y moral, Dios los defiende y los ama". El amor de Dios a los pobres es absoluto, sin condiciones. Como decíamos antes "en Dios el huérfano encuentra compasión". Dios no reacciona a la bondad de los pobres ni a sus méritos, sino a su pobreza. Eso es lo que mueve el corazón.

La segunda es salir en defensa del pobre. Dios no sólo ama y ayuda al pobre, sino que antes lo defiende, lo cual no suele ser tenido en cuenta. Lo que hace que el pobre sea pobre -fundamentalmente en nuestro mundo- es que tiene enemigos, adversarios. Optar por el pobre es entonces enfrentarse con quienes les hacen pobres y es, por ello, entrar en conflicto con sus opresores. Optar por el pobre es -no sólo pero sí muy principalmente- luchar contra los victimarios para que dejen de producir víctimas. No hay opción por los pobres sin decisión a defenderlos. Y, por lo tanto, sin una decisión a introducirse en el conflicto histórico. Esto no suele ser muy tenido en cuenta. Ni siquiera teóricamente. Pero no hay opción por los pobres sin arriesgar.

Este año, el aniversario de Monseñor Romero coincide con la elección de un nuevo Papa, Francisco. Mis deseos son que en el Papa los pobres encuentren siempre compasión y que nos ayude a ser compasivos con los pobres. Y que nosotros ayudemos al Papa a ser compasivo con ellos.

Que proclame que la Iglesia es Iglesia de los pobres y que escuche con alegría el aplauso de Juan XXIII, quien descansa en paz en una tumba cercana a su aposento papal.

Que de una vez por todas enaltezca a la mujer y resuelva valientemente el problema de la mujer en la Iglesia. Y que con las mujeres dentro, la Iglesia sea mejor partera de humanidad.

Que no abandone la modesta cruz que lleva al pecho. Y que comience a dar pasos para dejar de ser jefe de Estado. Y así que haga de la Iglesia un pueblo que camina, con tanteos, hacia Dios.

Que canonice, sin necesidad de repetir fórmulas y sin quedar aprisionado en normas, a todos los mártires y a todas las mártires de la justicia en el seguimiento de Jesús. Y si busca un nombre para que todos ellos y ellas tengan nombre, desde aquí le ofrecemos muy humildemente el nombre de Monseñor Romero y de los mártires de El Mozote. Y que él añada muchos otros nombres de hombres y mujeres -y de pueblos crucificados- que han dado su vida por amor como Jesús crucificado y como el siervo sufriente de Yahvé. Con todos ellos y con todas ellas Dios ha pasado por este mundo.