grecia, ese país que hoy debate su existencia entre la tiranía teutona y el caos mediterráneo, se tiene por el origen de la democracia, de la política y de las artes. Y entre sus más grandes teóricos se encuentra Aristóteles y su Poética, cuyo primer libro versa sobre la tragedia y otras artes imitativas. La actividad política -en Vitoria, en Euskadi o en España- tiene en este texto un privilegiado manual, pero antes es necesario admitir la premisa de que la política es un teatro, o tragedia. Advierte Aristóteles en la tragedia "imitación de una acción esforzada y completa, en lenguaje sazonado, actuando los personajes y no mediante relato", al tiempo que apunta que ha de contener elementos como la fábula, el pensamiento, la alocución o el espectáculo. Hay actores fantásticos que llegan a emocionar con su interpretación pese a tener un guión mediocre, al igual que otros no transmiten nada, aun representando la mejor de las historias. Y una trama que se cuece entre bambalinas, detrás del telón, y que el espectador no ve, aunque es en realidad donde se urde la acción. Como también hay personajes propensos a salirse del guión e improvisar con audacia y otros que siguen el libreto al pie de la letra temerosos, si no, de caerse del cartel de reparto. Y luego está el público, que aplaude a rabiar o silva airado al final -o durante- la representación, aunque nunca interviene en escena. No me estoy refiriendo a ningún político o parlamento en particular, y al mismo tiempo a todos ellos, y seguro que ustedes han pensado ya en más de uno.
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