NO sé cuántos kilos de papel se han consumido para glosar la figura el nuevo Papa Francisco. A algunos les parecerá insuficiente; a otros, un exceso. Ya escribí en este mismo espacio lo poco que me importaba saber quién sería el nuevo pontífice de la Iglesia católica, por lo tanto no voy a repetir los argumentos que esgrimí en aquella ocasión. Quiero hacer hincapié en otra cuestión paralela, o para lelos como yo. Ocurre que cuando se le da excesiva relevancia informativa a un hecho, sus protagonistas, o los protagonistas adyacentes a ese hecho, creen cobrar una importancia que no merecen. Pongo un ejemplo alejado de la elección del Papa para explicarme. Siempre he considerado poco relevantes las elecciones internas de los partidos políticos, sobre todo las provinciales. Entiendo que las luchas de poder entre las diferentes facciones, si las hubiera, alegran el cotarro, pero llenar páginas con las votaciones en la demarcación tal o el barrio cual, en las que ejercen su voto unas pocas decenas de afiliados, siendo generoso en el número, me parece un error: con este proceder, se corre el riesgo de engrandecer egos ya de por sí crecidos. De ahí que si defendemos un Estado aconfesional y consideramos que la religión es una práctica tan respetable como privada, no le encuentre demasiado sentido a regalar tanto protagonismo al Papa, porque en el mismo viaje lo cobra una Iglesia que, con sus luces y sombras, nunca ha querido perder la influencia que otrora tuvo. Pero contradictorios somos, por ser personas.