disposiciones papales a lo largo de ocho siglos -según la tradición medieval y renacentista- han determinado el proceso de elección del Papa con la garantía del máximo secreto. El mismo nombre de conclave (bajo llave) así lo expresa y el colegio cardenalicio, reunido y aislado del mundo en la Capilla Sixtina bajo su impresionante cúpula y majestuoso Juicio final de Miguel Ángel, elegirá al nuevo Obispo de Roma y jefe del Estado Vaticano.

Un inusitado despliegue mediático sigue con suma atención en estos días los detalles de la preparación y desarrollo del cónclave analizando tendencias y haciendo previsiones sobre los papables desde las influencias dominantes con coaliciones internas al parecer divididas y sin claros favoritos. ¿Cuáles pueden ser las claves que en este contexto condicionan, orientan y motivan el voto? ¿Qué criterios y líneas subyacen en los electores?

La actual situación de una Iglesia sumida en profunda crisis ante este mundo "sacudido por cuestiones de gran relieve" -frase de Benedicto XVI en el anuncio de su renuncia- será una referencia clave. El miedo y hasta el vértigo ante el futuro incierto impulsarán a bastantes electores hacia quien garantice la firmeza doctrinal, moral y disciplinar para conservar y afianzar un modelo de Iglesia sin fisuras.

Esta tendencia electoral en clave conservadora y restauracionista -como en los dos papas anteriores- tendrá gran peso entre numerosos purpurados. Además, está apoyada y promovida por la alargada sombra del actual Papa emérito sobre quienes nombró cardenales, entre ellos los influyentes Tarsicio Bertone, secretario de Estado y camarlengo, el decano Angelo Sodano y el papable Angelo Scola, arzobispo de Milán, personas de peso decisorio de esa línea.

También debe ser tenido muy en cuenta que sobre la Curia pesan problemas internos, graves sospechas y dudas fundadas de intrigas, carrerismo y hasta traiciones recogidos en un informe confidencial, reservado por Benedicto XVI al futuro Papa, que al parecer compromete a altas instancias y cuyo conocimiento exigen los cardenales. La Curia vaticana se juega mucho en la elección del Papa y, a pesar de la petición del concilio Vaticano II para que fuera "sometida a una nueva ordenación", no ha sido reformada y mantiene el estilo conservador y autoritario que siempre le ha caracterizado.

El clima psicológico creado por la renuncia de Benedicto XVI también será una clave que influya notablemente en las conciencias de los electores. Muchos de ellos fueron en 2005 electores de Joseph Ratzinger como un Papa que garantizaba la continuidad de Juan Pablo II en su firmeza doctrinal conservadora y freno a la aplicación del Vaticano II. El Papa emérito no ha renunciado para que el gobierno de la Iglesia dé un viraje, sino para que una mano más firme y vigorosa tome el timón y lo guíe en la orientación ya definida por los anteriores pontificados. Muchos cardenales se sentirán obligados en conciencia y querrán ser fieles a quienes ellos eligieron y a la dirección eclesial que diseñaron.

Estos factores apuntan a una elección continuista, pero ¿hay otras claves alternativas a esa tendencia del sector mayoritario y conservador del colegio cardenalicio?

Ante la influencias y presiones que confluyen en un Papado conservador no resulta fácil encontrar claves divergentes que se liberen de un modelo anquilosado y opten por quien, con audacia y vigor, pueda dar un giro decisivo para que la Iglesia sea el auténtico Pueblo de Dios, donde los pobres sean su principal referencia, como subrayó el concilio Vaticano II. Se trata de un espíritu nuevo cuya voz no se oye en los dicasterios y palacios vaticanos; es un clamor que se escucha en la periferia de los marginados y de "víctimas silenciosas de la injusticia, privadas de voz hacia los que la acción de la Iglesia debe dirigirse en primer lugar", como pidió el olvidado Sínodo de obispos celebrado en 1971.

Algunos cardenales son indudablemente sensibles a ese clamoroso silencio que se escucha en los pueblos de los que proceden en Asia, África o América Latina y desean un Papa que comparta angustias y tristezas, gozos y esperanzas de la humanidad sufriente. Sobre ellos recae la gran responsabilidad de ser la voz de los sin voz en este cónclave; de motivar a sus colegas para elegir a quien conduzca a la Iglesia al compromiso por los oprimidos; de alentar un modelo eclesial de Pueblo de Dios abierto, dialogante, defensor de los derechos humanos, anunciador de un evangelio liberador a los pobres, compasivo y caminante para construir un mundo diferente desde la perspectiva de la justicia del Reino de Dios. ¿Será éste el auténtico Espíritu que en este cónclave promueva la decisión de cada cardenal y la renovación de la Iglesia?

Este impulso nuevo puede abrir el horizonte de esperanza que tantas personas anhelan y piden o puede quedar bloqueado por quienes, siendo mayoría o presionados por la prepotente influencia de quienes dominan la burocracia eclesiástica, manejan las claves de esta elección.