Apartir de la segunda -y nefasta- legislatura presidida por Rodríguez Zapatero, el socialismo español está inmerso en una crisis de identidad, ideológica, de liderazgo, de cuadros y hasta orgánica que amenaza muy seriamente con socavar los cimientos de un partido centenario y, como alternativa de poder que es -o debiera ser-, vital para la democracia en el Estado como formación que garantizaría la alternancia. Es cierto que Zapatero dejó un partido deshecho, desfondado y sin rumbo y que la crisis económica y el desapego popular a la política y a los políticos han hecho mella especial en el PSOE, pero su situación actual no es solo fruto de la herencia recibida. Tras la pérdida del Gobierno, los socialistas se embarcaron en una lucha fraticida personificada en la lucha entre Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón que aún se mantiene viva. Incluso más viva aún, sobre todo tras los últimos acontecimientos. Con el cisma de Catalunya con el PSC aún caliente a la espera de que se enfríe solo, el PSOE sufre aún varios focos de un incendio general que está causando estupor a propios y extraños. En los últimos días, está volviendo a demostrar que carece de una política coherente y de un liderazgo sólido. El escándalo que ha estallado en Navarra con el cobro de dietas del que se beneficiaron también miembros destacados del PSN y su apuesta por mantener al cada día más insostenible Gobierno de Yolanda Barcina es un ejemplo de ello. El último episodio es aún más elocuente. El sainete en el que se ha convertido la moción de censura en el Ayuntamiento de Ponferrada, donde el socialista Samuel Folgueral se ha aupado a la Alcaldía gracias al voto de un condenado por acoso sexual, ha hecho reventar las costuras de un partido que se asemeja a un barco a la deriva. Sobre todo porque la operación de asalto a la Alcaldía que después -vista la reacción de sectores del partido, sobre todo de Chacón, y la indignación popular- se ha querido maquillar tarde y mal, tenía el visto bueno del Comité Federal del PSOE. El órdago de Rubalcaba exigiendo a Folgueral que dejase el cargo o el partido se ha saldado con la segunda opción, con lo que el liderazgo del propio secretario general ha quedado, una vez más, por los suelos. El PSOE tiene mucho que reflexionar y, sobre todo, que decidir.