VÁMONOS a Italia. Italia siempre es una buena opción. Siento simpatía por Italia, sobre todo porque la suficiencia con la que la miramos. Un país cuna de la civilización occidental, del derecho, la arquitectura, la filosofía, la política, de uno de los imperios más importantes de la antigüedad... en fin, esto es como Messi arrastrándose ante el Real Madrid: sí, desaparecido, pero algún crédito se habrá ganado en estos años. Y me hace gracia la torticera lectura por parte de Europa de las recientes elecciones. Curiosamente -oh casualidad, o tempora o mores- el temor y la apuesta de los gabinetes de la vieja Europa eran los mismos que evidenciaron las bolsas tras los comicios. Unos y otros santificaron a Monti y demonizaron a Berlusconi y al pizpireto Grillo. Poco les ha importado que todos ellos sean fruto de la degeneración de la política que asola a este continente. El primero, un tecnócrata que ha gobernado un país elegido a dedo por el cónclave de Bruselas. El segundo, engendro de la corrupción y el pelotazo que ha vaciado los cimientos de la política. El tercero, ejemplo del hartazgo ciudadano ante la tomadura de pelo de los dos primeros. En Italia ha ganado el populismo y ha perdido la política, esta última probablemente por incomparecencia. Igual que en Grecia toma fuerza la ultraderecha, otra forma de populismo particularmente rastrera. Al tiempo lo que pueda pasar en la España de Bárcenas y Urdangarin. Y en Europa siguen sin ver que de sus brutales recortes sociales y democráticos se alimenta la antipolítica que se los puede llevar por delante.
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