por edad, por el notorio deterioro físico, por las decisiones de otros relevantes mandatarios regios como Benedicto XVI o la reina Beatriz de Holanda y, sobre todo, por los escándalos de corrupción de Iñaki Urdangarin -cuyas vergüenzas quedan cada día en evidencia por su socio Diego Torres-, las aventuras cinegéticas del mismo monarca en Botsuana o sus idílicos favores a Corinna Sayn-Wittgenstein, el debate sobre la continuidad de Juan Carlos de Borbón como cabeza de la Corona y jefe del Estado ya no puede apartarse del foco de la actualidad. Ayer mismo, una voz tan autorizada como el cronista José Antonio Zarzalejos -insigne representante del grupo monárquico, católico y español por excelencia El Correo-Abc y ahora firma de un confidencial de la derecha de abolengo- habló abiertamente de la oportunidad de que el rey abdique en su hijo Felipe precisamente por el bien de la institución -lo que provocó una apresurada reacción de la Casa Real desmintiendo que lo esté pensando-, mientras que al líder del PSC, Pere Navarro, le llovía un alud de descalificaciones desde la caverna mediática reaccionaria -quizás agravado por su condición de catalán- por decir en voz alta lo que está en la calle. El debate sobre la posible abdicación del rey es algo que transciende ya a los corrillos cortesanos y se convierte en un asunto de Estado, sin obviar que cada día son más los sectores que ponen en cuestión la propia supervivencia de la Monarquía. En su intento por proteger y salvar su legitimación, la propia Casa Real ha ido poniendo cortafuegos ante la progresiva decadencia de la institución, desde el intento de purgar sus negocios defenestrando a Urdangarin y manteniendo a salvo a la infanta Cristina, hasta el forzado gesto de arrepentimiento, reconocimiento de culpa y propósito de enmienda del propio rey a su regreso de la cacería africana para tratar de recuperar el crédito perdido, aunque todo ello se ha visto arrastrada por una bola cada vez mayor. Tanto PP como PSOE intentan mantener esta espinosa cuestión alejada de sus prioridades políticas, pero la marea social terminará por arrastrar el debate no hacia la posible abdicación de Juan Carlos, sino al cuestionamiento radical de la Monarquía y del propio modelo de Estado.