ni citó a Bárcenas ni mucho menos al caso Gürtel, como si fueran realidades de otro planeta. Durante las dos sesiones plenarias que entre ayer y anteayer se han desarrollado en el Congreso de los Diputados, el presidente del Gobierno Mariano Rajoy tuvo que emplear a fondo su habilidad para esquivar todos los problemas que aquejan en estos momentos a la decadente política española. Fiel a su estilo de dejar que los problemas se resuelvan por sí solos, Rajoy siguió aferrado a su trancredismo y no escuchó el clamor de la calle, no aprovechó el debate parlamentario anual para realizar ninguna propuesta, no tomó ni explicó ninguna decisión y ni siquiera abordó ninguno de los temas calientes que tenía sobre la mesa. El presidente popular intentó superar la sesión doble del debate del Congreso al menor coste político posible, dando por asumido el desgaste de su credibilidad desde que reconoció que ha incumplido la mayor parte de sus promesas electorales al escudarse en una suerte de cambio de circunstancias en la constelación económica y en un intento de justificar los demoledores ajustes acometidos por su Gobierno como una especie de sacrificio para sacarnos del agujero. En el debate parlamentario le ha bastado ahora con basar su discurso en que la gestión económica ha salvado a España del rescate de Merkel, en la sempiterna letanía sobre la herencia recibida de Zapatero y en jugar al habitual y tú más con el PSOE. En el plano de los contenidos, Rajoy se limitó a despacharse con alusiones genéricas a reformas legales o a la necesidad de arbitrar un pacto global frente a la corrupción, pero hablando de terceros y obviando los casos más flagrantes que salpican a su propio partido. Y en cuestiones más de fondo, no se cerró a una reforma constitucional, pero lo dejó ahí y también devolvió este toro a los corrales, a pesar de que la gravedad del deterioro de la situación política, económica y social urge la reformulación de un modelo de Estado que ya no responde a las exigencias de la sociedad, ve remover los cimientos de su más alta representación institucional y presenta importantes grietas éticas, además de ser incapaz de satisfacer las inquietudes políticas de las naciones que pretende acoger. Demasiadas espinas para Rajoy.