la salida de la crisis está obviamente relacionada con las causas que la provocaron. Durante los años de bonanza se concedieron créditos desmedidos que inundaron los balances bancarios con activos de difícil recuperación. Los bancos rompen con la primera regla básica de comportamiento financiero, que no es otra que la aversión al riesgo. Se dan cuenta de su error y detienen radicalmente su provisión de crédito, transformándose de forma instantánea en lo contrario, en ultra-adversos al riesgo, retornando al paradigma conservador tradicional.
Las consecuencias del freno al crédito se trasladan al sector inmobiliario, que reduce drásticamente su expansión, y también a las empresas, que siguen sufriendo tensiones continuas en sus circulantes, minando sus ventajas competitivas y reduciendo su actividad y empleo.
Por otra parte, durante la pasada década se produce una generalizada y desmesurada ilusión por la liquidez, fundamentalmente en las economías domésticas. El deseo de disponibilidad monetaria inmediata de los particulares no se equilibra con la renta o los ingresos familiares, porque se diluye la conciencia de la obligación de futura devolución de la deuda. La disposición de excesivo dinero por los particulares conlleva comportamientos financieros inadecuados, como el dispendio o gasto por encima de los límites de los ingresos corrientes. Pero además, debido a una deformación cultural extendida, muchas familias necesitan creer que disponen de patrimonios propios -sobre todo viviendas- que ilusoriamente se disfrutan pero no se poseen en plena propiedad, ya que las hipotecas se deben devolver. En ambos casos se quiebra otro axioma básico de financiación de equilibrio entre la liquidez generada y la exigibilidad obligada. El dispendio es tanto privado como público. La instauración de un Estado de Bienestar difícil de sostener a la altura de los que disfrutan muchos países con mayor presión fiscal, junto con la ejecución de infraestructuras caras, sobredimensionadas y de dudosa necesidad, han puesto en duda el principio básico de equilibrio presupuestario. Mientras tanto, se desatiende la importancia de la creciente carga financiera en forma de elevados abonos de intereses, ya que los presupuestos lo aguantan todo. Antes sí, pero ya no. Y dicha carga está ahogado financieramente a muchas instituciones públicas.
Las soluciones no son fáciles. Debemos recordar que hasta la recesión disfrutábamos de un período de 10 años de crecimiento sostenido. Al comenzar la crisis, barrunté la posibilidad de un ciclo recesivo de similar duración -acercándose a los ciclos intermedios definidos por Kondratieff-, lo que me granjeó ciertas antipatías como agorero. Me gustaría pensar que nos encontramos ahora en el punto de mayor depresión y que a partir de ahora se puede ir escalando poco a poco hacia la senda del crecimiento y creación de empleo, pero no sin que hayan transcurrido algunos años más.
Las decisiones de las entidades financieras por retener beneficios en forma de provisiones para sanear sus activos dañados puede ser el punto de partida de la reactivación del crédito. Afortunadamente, están migrando sus estrategias de crecimiento desmesurado hacia actitudes conservadoras de reestructuración y limpieza de sus balances.
Sin embargo, la restitución del crédito a particulares y empresas mantendrá como requisito previo severos ajustes para mitigar el gran endeudamiento público y privado. Respecto al endeudamiento público, tales ajustes inevitablemente están forzados por el club de países ricos que, lógicamente, impone sus condiciones de devolución, como cualquier entidad de crédito.
El coste social de tales medidas desgraciadamente se está materializando en forma de recortes del Estado de Bienestar y en el aplazamiento de la inversión. Aún así, mantengo un sustrato de duda razonable acerca de si estas medidas están paralelamente recortando el peso de la deuda pública.
Confío en que estos comportamientos irresponsables de planificación financiera basados en el día a día no se repitan en el futuro, siendo un consejo que reiteradamente transmito a los que me importan, como mi familia y alumnos. Y únicamente pido que se escuche más a nuestros mayores, que han vivido otros tiempos difíciles y que han sabido transmitir la importancia de la austeridad y las ventajas a largo plazo del ahorro.