estamos asistiendo, perplejos e irritados, al desfile de los corruptos en la política y en las instituciones del Estado español. Y entre sus figuras hay nada menos que un familiar del rey de España, su yerno Iñaki Urdangarin, duque de Palma. Este título nobiliario le corresponde el uso y llevanza como consorte desde su matrimonio con la infanta Cristina. Así lo estipuló el padre de ésta en el decreto de concesivo: "Doy a mi hija?", al amparo de lo dispuesto en el titulo II de la Constitución de 1978, que faculta al monarca español a otorgar esta dignidad.
Al formalizar sus esponsales, Urdangarin entró a formar parte de la familia del rey, con sus prerrogativas y privilegios, así como con la obligación ética en sus comportamientos y relaciones empresariales e institucionales.
No ha cumplido con la premisa de la ejemplaridad y ahora está imputado en presuntos delitos de malversación de fondos públicos y fraude fiscal, evasión de capitales a determinados paraísos fiscales y otros delitos de enorme gravedad que le pueden llevar a la cárcel.
La Casa real, con el rey en la cúspide de la estructura administrativa y con el asesoramiento de equipos de comunicación y protocolo, tiene la capacidad de decidir aquello que mejor pueda proteger a la institución frente a la erosión causada por las actividades ilícitas del duque u otros. En este contexto, el rey optó por prohibirle su asistencia a actos oficiales, provocando de inmediato la retirada de su figura del Museo de Cera de la capital de España, lo que es mucho más que una anécdota.
Además, durante la estación estival se rompió la tradición de las vacaciones pagadas para la familia Urdangarin en Mallorca, después de que la propia Monarquía considerara al todavía duque de Palma persona non grata. Simultáneamente, la reina viajó a la residencia de los Urdangarin-Borbón en Washington, lo que se interpretó como un apoyo a la pareja y un desencuentro con el rey. Y, recientemente, el duque visitó a su suegro en el hospital donde convalecía de una operación de cadera e incluso participó en la cena familiar en La Zarzuela las pasadas navidades. ¿Quién entiende esta incoherencia?
Lo sorprendente es que el rey pretenda mantener una actitud de distancia con su yerno y, a la vez, le da alojamiento en un apartamento de propiedad real en Baqueira Beret durante algún fin de semana o también en el palacio mallorquín de Marivent, de titularidad pública.
Este complejo fue donado por el Cabildo balear para uso y disfrute del rey, y su mantenimiento repercute en los presupuestos del Gobierno autonómico, precisamente el mismo al que presuntamente Iñaki Urdangarin ha causado tantos quebrantos económicos. En estas, y presionado por la ciudadanía, el Ayuntamiento de Palma he retirado a los duques el nombre de una de sus calles.
Y así tenemos un duque de quita y pon. Ahora sí, ahora no. Porque no hay unidad en las actuaciones de la familia real frente al yerno presuntamente delincuente.
El protocolo y la comunicación pública deben abordar los hechos, contemplando un mismo proyecto común y unos mensajes claros. La Monarquía, al parecer, no sabe a ciencia cierta qué hacer con Urdangarin. Pero sólo tendría que escuchar a la gente.