¿hasta cuándo vamos a aguantar, qué tiene que pasar para que la sociedad estalle? Éstas y otras preguntas parecidas son habituales en las conversaciones del día a día. Y el tono se va encendiendo a medida que se van conociendo las crecientes cifras de paro, la subida de todo tipo de tasas, los recortes asistenciales, los tijeretazos a los derechos de las personas... a la vez que salen a la luz los diversos casos de corrupción, los excesos de aquellos que se creen por encima del común de los mortales a costa de, precisamente, la mayoría de esos mismos mortales; la vileza de políticos, nobles y, en general, advenedizos varios a la hora de robar el dinero que a la mayoría le está empezando a faltar para comer o para proporcionar a sus hijos una educación y un nivel de vida acordes con los impuestos pagados. La respuesta a la aparente pasividad social no es sencilla aunque yo creo que la explicación global a todo esto parte del miedo a perder lo mucho o poco, cada vez menos, que nos queda. De ahí la prórroga de los 400 euros mensuales para los que ya no tienen nada. Bien mirado, sale barato pagar esa miseria para que la gente siga teniendo algo que perder, es decir, para que siga atemorizada, dócil y doblegada ante los reiterados y cada vez menos disimulados abusos. Pero, aunque la vida es corta, siempre es lo suficientemente larga como para que algún día la tortilla se dé la vuelta y alguien, varios, empiecen a pagar los platos rotos de tantos desmanes, despropósitos y faltas de respeto. Que no lloren luego. De lo que se siembra se recoge.
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