¿Qué están haciendo en las esquinas? ¿A qué viene cortar ahora las calles y hacer retumbar la ciudad a base de martillazos neumáticos? Al poco tiempo de comenzar a hacernos estas preguntas vimos la respuesta: nuevos pasos de peatones, con un peralte al principio para que salten los coches -mal que les pese a las motos y a esas bicis a las que pretenden obligar a circular por la carretera-, una amplia zona amarilla con incisiones en forma de X -o de cuadrados, según se mire- ... ¿Y? Pues supongamos que se trata de una mejora ideada con vistas a la seguridad de los peatones y una medida que, efectivamente, acabará con los resbalones de la pintura blanca, ésa que ha estado tantos años entre nosotros sin que nadie atinase a rasparla o algo así, lo que hacemos todos en las bañeras de casa, vamos. Igual es que no existe la pintura rugosa, o se había acabado, o es más cara que todas estas obras a las que hemos asistido como ciudadanos entre curiosos y escépticos. Total, que la ciudad estrena sus flamantes y pioneros, supongo, pasos de cebra y ¡zas! resulta que la pintura amarilla, ese llamativo alarde de acotamiento, se descascarilla como si fuera de mentira. Que ya decía mi madre que hay que comprar rotuladores especiales para marcar la ropa, pintar en según qué plásticos o titular los cedés. Bueno, que se va la pintura más efímera de la historia y, al preguntar por qué, la respuesta es que no habían previsto la lluvia. Lo mismo, lo mismo que cuando se hizo la cubierta de Mendizorroza. No se tuvo en cuenta que en Vitoria llueve. Pues, agárrense, a veces hasta nieva.