si miramos hacia atrás, hacia los años del Gobierno socialista y cuando la ultraderecha liberal rajoyana acechaba ya el poder, vemos banderas, escapularios, cruces, sotanas, insignias y no pocos clergyman de diseño tomando las calles de las principales ciudades del reino de España. Y gritos y soflamas, y encendidas defensas de la vida al por menor, de la familia a granel, de la educación interesada y el matrimonio como Dios manda, o como mandan los que tienen a un Dios a su imagen y semejanza. Si miramos hacia atrás, sin ira pero con voluntad ciudadana, vemos a una Iglesia -o mejor dicho, a sus apóstoles más cruzados y guerreros- hiperexcitados en manifestaciones, arengas y movilizaciones populares como nunca antes vistas.

Pero si miramos al presente más bastardo de nuestra realidad, vemos callar a esos cruzados capitaneados por Rouco Varela. Los vemos esconder sus crucifijos que un día sacaron a la calle como espadas cortantes de una realidad que les incomodaba. Si miramos hacia atrás, todavía están calientes las pancartas en contra de las leyes familiares, del matrimonio o del aborto aprobadas por las Cortes españolas. Sin embargo, esos mismos cruzados, hoy mudos, apenas emiten comunicados. Mucho menos convocan o movilizan a sus fieles en este tiempo de sangrante desempleo, crisis, enfermedad, hambre emergente, vilezas, recortes, desfalcos y malversaciones, corrupción, mentiras o fraudes de ley. Como si esta apestosa realidad no fuera con ellos, como si todo esto no formase parte de esa verdad evangélica que se empeñan en profesar sólo cuando las campanas tocan a sus arrebatos. Como si la denuncia -al menos moral- de lo que está ocurriendo no fuera de obligado cumplimiento.

Si tienen la paciencia de bucear en la web de la Conferencia Episcopal española, verán cuántos documentos han generado estos últimos años relacionados con la crisis económica. Dos. Los últimos, en 2012. Con uno, titulado Ante la crisis, solidaridad, la Conferencia deja clara su postura de solidaridad, piedad, compromiso personal y ayuda individual. Nada hay de imputación a los culpables. La Conferencia Episcopal no apela a la movilización, ni reivindica la protesta como lo hiciera ante temas como la familia, el matrimonio o la educación. Al parecer, aquello requería casi una huelga general. Pero esta carnicería social se salva con la intervención santificada e individualizada de sus fieles. Veamos cómo resuelve esa misma Conferencia el dilema que se crea a los millones de familias en clara situación de pobreza o exclusión social. Elabora un segundo informe titulado Legislación familiar y crisis. Ya el título tiene trampa o está contaminado. Porque nada tiene que ver la actual legislación en materia de familia con la explosión de la crisis. Es la Conferencia la que contamina el discurso relacionando la política familiar con el advenimiento o el soporte de la crisis en las estructuras familiares. Se olvida así de nombrar, otra vez, las estructuras económicas generadoras de exclusión o pobreza social. Y se olvida, quizás intencionadamente, de hacer un juicio crítico sobre las reformas laboral, de las pensiones o de la sanidad que, lógicamente, afectan a las familias.

Veamos lo que dice el texto eclesiástico y cómo resuelve la jerarquía el actual conflicto social y económico: "Sin la familia, sin la protección del matrimonio y de la natalidad, no habrá salida duradera de la crisis. Así lo pone de manifiesto el ejemplo admirable de la solidaridad de tantas familias en la que abuelos, hijos y nietos se ayudan a salir adelante como solo es posible hacerlo en el seno de una familia estable y sana". Esta es la orientación religiosa; la consagración de la ayuda intrafamiliar en clave de solidaridad individualizada.

Claro que cada día hay más abuelos cuidando y protegiendo a sus nietos e hijos. Porque las estructuras de protección del Estado social han sucumbido a la indolencia de unos regidores que han primado a los bancos, extorsionadores por encima de las necesidades de esas familias, cristianas y no cristianas. Porque apenas quedan recursos con los que proteger a las familias en situación de necesidad. Pero de esto nada dice la Conferencia Episcopal.

Y sigue el texto: "En la vida conyugal y familiar se juega el futuro de las personas y de la sociedad. Expresamos de nuevo a las familias que más sufren la crisis económica, con problemas de vivienda, falta de trabajo, pobreza, etcétera, nuestra cercanía y la de toda la comunidad católica (...) renovamos nuestro compromiso por activar la dimensión caritativa de la comunidad cristiana". De nuevo prima la dimensión caritativa por encima de la justicia y la equidad social que tanto necesitan casi once millones de personas en situación de exclusión o pobreza. Y de nuevo la caridad que salva conciencias.

Al parecer, los cruzados de la Iglesia católica no están por la revolución social. Están más por la contrarreforma en materia de derechos civiles. O, lo que es lo mismo, por una contrarreforma ideológica y moral, alejada de compromisos reales con la vida pura y dura, con el vivir a diario, a pie de obra de las gentes. Quizá saben y se saben protegidos. Ellos también tienen un doble fondo moral. Por eso más que nunca es necesario revisar los acuerdos firmados entre el Gobierno español y la Santa Sede en enero de 1979, los cuales incumplen varios artículos de la Constitución que se aprobó un mes antes y que declara al Reino de España como aconfesional. Porque revisando el Concordato, la Iglesia y sus cruzados deberían reubicar su papel en la sociedad.