el sector del caballar continúa en la crisis en la que lleva sumergido décadas. El ganado se vende para consumo mayoritariamente a Francia e Italia, en muchos casos transformado en carne, pero hay mayoristas de Nápoles o Sicilia que les gusta ver los caballos vivos. Debido a las normas de bienestar animal impuestas por los países centroeuropeos, el transporte se ha encarecido mucho en detrimento de nuestros ganaderos, que precisan de más horas para llegar a aquellos mercados y pierden competitividad y oportunidades de negocio. La normativa europea de bienestar animal siempre obedece a motivos de índole económico, favoreciendo a ciertos países entre los que en este caso tampoco se encuentra el nuestro.
No niego que las gallinas en libertad vivan más felices que en una jaula sin apenas movimiento y con luz artificial estimulando su ovario para incrementar la producción con la menor cantidad de pienso posible. En el corral consumen más y producen menos y quizás, de mejor calidad. Las jaulas que en aplicación de la normativa se están desechando se venden a Marruecos, al parecer menos sensibles a los planteamientos del bienestar animal. Los marroquíes están incrementando y modernizando las granjas no sólo para abastecer su mercado, sino para vender los huevos en los países de la UE.
En resumen, el consumidor europeo ve incrementado el precio mientras se desmantela nuestro tejido productivo.
También esa normativa afecta a la producción porcina de producción industrial. Los cerdos criados en naves higiénicas y automatizadas, con piensos equilibrados han supuesto el mayor y más barato aporte de proteínas en la dieta de las clases media y baja en las tres últimas décadas. Ahora la normativa exige que dispongan de unas condiciones que incrementan los riesgos de infecciones, los costes económicos y medioambientales al tener que eliminar las yacijas periódicamente.
Es lo que ocurre también con los jamones y paletas ibéricas de bellota, pata negra y esos adornos semánticos con los que algunos industriales sin escrúpulos envuelven el producto de unos cerdos que, en muchos casos, no han conocido la bellota ni de oídas.
Esta confusión interesada es la misma que utilizan los franceses con el foie gras a cuento con la interesada polémica creada por unos activistas que humanizan a los animales en general y a los patos en particular.
Realmente son desagradables las prácticas en un matadero u otras manipulaciones con seres vivos que luego se convertirán en alimentos. Se debe evitar el sufrimiento en lo posible, pero no parece de recibo lanzar acusaciones gratuitas y amenazas a industriales del sector ganadero u hostelero.