cuando se habla de política es frecuente definir al PNV como de derechas, con la misma naturalidad con que se clasifica al PSOE como de izquierdas. Mi reacción suele ser tratar de llevar a mis interlocutores a los hechos y en bastantes ocasiones siento que sus posiciones primero se flexibilizan y después ya ponen en duda sus propias afirmaciones. Ocurre que están muy extendidas ideas preconcebidas, un lenguaje aprendido y no pocos clichés. Yo, que me considero muy de izquierdas, asumí hace ya mucho tiempo la importancia de poner en cuestión el cómo pensamos, persuadido de que si no renovamos las herramientas políticas conceptuales nos quedaremos anclados en el pasado y no podremos nombrar adecuadamente a cuanto ocurre en la realidad. En este ejercicio de renovación intelectual hay que revisar los conceptos de derecha e izquierda no para vaciarlos de contenido, sino para que sigan siendo útiles. Y al mismo tiempo, hay que utilizar criterios menos ideológicos, pero tal vez más eficaces, como por ejemplo hacer política para los de arriba o hacerla para los de abajo, sobre todo a la hora de identificar y calificar a los partidos políticos.

Regresando a las dos primeras líneas de este artículo, en los años de gobiernos socialistas, aun cuando se han aprobado leyes progresistas -algunas de ellas son referente internacional-, en la esfera de las medidas económicas y de las reformas laborales se han impulsado políticas que han lesionado gravemente a las clases trabajadoras. Paralelamente, se ha consentido, cuando no alentado, un modelo de crecimiento absurdo y antiproductivo que facilitó la burbuja inmobiliaria, el descontrol financiero y la cultura del pelotazo. Los años de gobiernos socialistas han servido en algunos aspectos a los intereses de los de abajo, pero en la balanza ha pesado más su servicio a los intereses de los de arriba. Básicamente el PSOE ha fracasado en aquello que siempre se ha esperado más de la izquierda: gobernar para un cambio del modelo económico y social y para una nueva sociedad.

Por su parte, el PNV -un partido que carga en su mochila rasgos ideológicos que vienen de un siglo atrás- ha sabido evolucionar acercándose a la socialdemocracia. Su liberalismo social y democrático contiene dos almas: la popular, que le lleva al PNV a tratar de satisfacer los intereses de las mayorías y la cohesión del país; y la empresarial, históricamente un pilar decisivo de su proyecto político y de sus convicciones ideológicas. El resultado de esta comunión ha sido una gestión de gobierno que ha procurado el desarrollo económico con bienestar social. La prueba del nueve nos dice que cuanto se ha construido en Euskadi en las últimas tres décadas tiene que ver mucho con la particular visión del PNV; lo que hemos tenido de políticas sociales y lo que nos queda no surgió por acto espontáneo del mercado.

Podría decirse que el PNV ha navegado hacia el centro, y que otro tanto ha hecho el PSOE, sólo que este último había salido del puerto de la izquierda y, por consiguiente, esperábamos mucho más de su acción política. Es por todo ello que me ha alegrado el recorrido del PNV en los últimos treinta años y me ha defraudado el del PSOE.

Sin embargo, el PNV ha de gobernar ahora en una época crítica, de emergencia nacional. Sin duda era más fácil aproximarse a la socialdemocracia en época de vacas gordas, cuando había para redistribuir. La cuestión ahora es mucho más complicada, pero al mismo tiempo plantea un desafío ético y político que servirá para retratar hasta dónde llega la coherencia del PNV en su voluntad de servir al conjunto de la sociedad.

Sería necesario que en breve el Gobierno de Iñigo Urkullu dejara clara su posición ante los más graves problemas sociales del momento, como forma de explicitar didácticamente su voluntad política. Ante los desahucios debe oponerse, de entrada, y abrir rápidamente vías con las entidades bancarias que les obliguen a retirar sus demandas y a negociar alternativas razonables que aseguren la permanencia de las familias hoy amenazadas. Podrán dichas entidades argumentar sus derechos derivados de contratos hipotecarios, pero no hay derecho que esté por encima del que tiene toda la ciudadanía a tener una vivienda digna.

Cuanto antes el nuevo Gobierno debe señalar palabra por palabra cuáles son las líneas rojas que no deben ser cruzadas y, en consecuencia, qué políticas públicas están aseguradas, pues una ciudadanía en permanente incertidumbre está abocada a la inestabilidad. La salud, la educación o la renta básica son algunas prioridades.

De forma urgente también, el nuevo Gobierno ha de dar respuesta al caso Cabacas, abriendo una investigación interna en la Ertzaintza, independientemente de la instrucción judicial. Si lo hace dará un paso de transparencia y de limpieza de imagen del propio cuerpo policial.

Naturalmente las urgencias son muchas -ligadas a la crisis y el desempleo, a la violencia machista, a la paz o al derecho a decidir-, peroero me bastaría que el nuevo Gobierno afronte de manera contundente los asuntos mencionados. El PNV puede demostrar si es cierto su recorrido de servicio a toda la sociedad o si, por el contrario, en un momento de emergencia nacional se inclina a los poderes del dinero y de oscurantismo.

Temo que el alma pactista -más vinculada a los lobbys económicos- le lleven al PNV a firmar un tipo de acuerdos -públicos o no- con el PP, lo que sería una traición a su alma popular. Por el contrario, si firma acuerdos con otras fuerzas políticas en clave de desarrollo económico y empleo, de fomento de actividades productivas innovadoras, de apoyo a las pymes, de desarrollo de las zonas rurales o de promoción profesional de los jóvenes y se planta ante los decretazos antisociales de Madrid, podremos decir que vamos bien.