el presidente Barack Obama optó ayer por entrar en el debate sobre el derecho a la posesión de armas en EEUU -un asunto que hasta ahora había esquivado- al exclamar "ya no podemos tolerar esto y debemos cambiar" en un emotivo discurso durante su asistencia a la vigilia celebrada en la pequeña ciudad de Newtown en Connecticut, donde un joven de 20 años acribilló el viernes a sangre fría a 26 personas -20 de ellas niños y niñas de corta edad- en la escuela de primaria Sandy Hook. La tragedia, la mayor matanza registrada en el ámbito escolar, ha conmocionado al país, pero cuenta con demasiados antecedentes. Columbine o Virginia son lugares recordados por hechos similares y en diferentes tragedias han muerto ya tiroteados más de un millón de ciudadanos durante los últimos 40 años. Se calcula que en el conjunto de un país con 309 millones de habitantes hay 310 millones de armas de todo tipo -rifles, escopetas, fusiles, pistolas- y sólo en este año casi 17 millones de ciudadanos han solicitado la compra de una, de forma legal y al amparo de la Segunda Enmienda de la Constitución estadonundense, que proclama "el derecho del pueblo a poseer y portar armas de fuego no será infringido". Ese derecho a defenderse -que abraza con gozo el poderosísimo lobby de la Asociación Nacional del Rifle- provoca unos 34 muertos al día por disparos, pero ni la mayoría de la opinión pública estadounidense ni sus políticos tenían previsto ningún cambio legal. Hasta ahora. Aunque ni la Casa Blanca ni el Congreso han entrado a fondo en el asunto, parecen significativas las palabras que Obama pronunció ayer en el sentido de que ya ha habido demasiadas tragedias y que ha llegado el momento de ponerles coto. El presidente parece decidido a abrir un debate hasta convencer a la sociedad norteamericana de la necesidad del control de las armas, una cuestión peliaguda en un país donde su posesión arraiga en lo más profundo de los principios republicanos y los demócratas pasan de puntillas sobre la cuestión. Está por ver si las intenciones de Obama desembocan en cambios de calado en la legislación. Pero l sociedad estadounidense debería decidirse a tomar cartas en el asunto para que hechos tan dramáticos como el de Newtown sean una excepción.