el pecado de Ángel fue su afición por la fotografía. El de Nayra, su compromiso con la difusión de la educación sexual. Ambos decidieron emplear dos herramientas muy de moda para compartir su pasión. Ángel, una red social que pone en contacto a la gente con sus amigos y Nayra, un servicio que permite crear y publicar un blog en línea, propiedad de un famoso buscador. Así, Ángel se dedicó a subir fotos de fotógrafos reconocidos como Paul Morel, Irving Penn o Dominique Issermann, además de comentarios, vídeos musicales o imágenes de su Celta de Vigo. Nayra empleó su blog para ir recopilando en él enlaces a artículos, respondiendo a dudas de sus lectores o aportando otras opiniones. Sedición demoníaca en ambos casos.
Pero un día a un señor se le ocurrió que esas fotos de Ángel mostraban a mujeres desnudas. Y sí, podrían ser arte, podrían haber protagonizado portadas de revistas serias y exposiciones, pero no por ello estaban más vestidas y le dio al botoncito de reportar. Y no muchos días después, otro señor consideró que esos artículos de Nayra hablaban de sexo. Y si bien, ciertamente, podrían hablar de sexo saludable, de evitar enfermedades o embarazos no deseados, al final aquello era sexo y le dio al correspondiente botoncito de denunciar. Y ambas denuncias llegaron a los moderadores de las comunidades de usuarios y blogueros.
Y en un mundo sensato, allí hubiera terminado todo. Pero a Ángel, sin preguntarle su versión de los hechos si quiera, le bloquearon su cuenta durante un mes. A Nayra, igual de presunta culpable y sin poder tampoco demostrar su inocencia, le impidieron publicar nada más en su blog. Justicia express. Ni siquiera tuvieron el valor de cerrarles la cuenta; tan sólo fue un cariñoso pescozón, un "eso no se hace, que no se repita más", pero eso sí, sin tocar sus cuentas, fuentes de datos que luego estas empresas venden a peso al mejor postor y verdadera fuente de sus riquezas. La decencia es capital, pero el capital está por encima.
Ángel subió desnudos y Nayra habló de sexo. Y por eso fueron inmediatamente bloqueados. Si hubiesen subido material racista, xenófobo u homófobo no les habría pasado nada. En toda la galaxia Internet, ni una sola cuenta neonazi ha sido cerrada.
Mientras un desnudo acarrea la suspensión de la cuenta, mientras un artículo sobre educación sexual implica que te impidan publicar en el blog, un nazi noruego puede escribir odas al criminal de la isla de Utoya Anders Breivik, un grupo integrista egipcio puede alabar la memoria del asesino de Toulouse, Mohamed Merah o un pirado desde Madrid o Austin puede declarar impunemente que los homosexuales son enfermos antisociales, amparándose es la supuesta libertad de expresión que da Internet.
Un curioso concepto de libertad que permite denigrar a una chica por ser lesbiana pero impide que pose desnuda ante un artista o pueda acceder a información sobre educación sexual. Un concepto de libertad que impera en Internet y, merece recordarlo, no en la prensa escrita tradicional como este diario, donde cada uno escribimos lo que creemos y luego el lector opina. La de Internet, la que depende de los grandes negocios de la Red, es una libertad mojigata y acomplejada. Una libertad de bisutería.