hace años que numerosas personas y entidades comprometidas con el desarrollo económico y social de Euskadi estamos tratando de promover e impulsar la participación e implicación real de las personas en los diferentes tipos de proyectos que les afectan -sean empresas u otros ámbitos sociales- desde la participación en su gestación, en su gestión o en sus resultados y en su propiedad en el caso empresarial.

Para salir de la profunda crisis en la que estamos inmersos es necesario construir proyectos ilusionantes y ampliamente compartidos, donde todas las personas afectadas se impliquen realmente. Es absolutamente necesario para construir empresas, territorios o países competitivos en entornos de confianza hoy inexistentes.

Vivimos en la sociedad del conocimiento -sumida en una profunda crisis- que se caracteriza por una información globalizada, universal y accesible con poco costo, así como por la rapidez con la que se desarrollan los acontecimientos y se extienden a nivel mundial. El problema -o la oportunidad- no está tanto en conseguir información, sino en separar el trigo de la paja; es decir, en gestionar la información útil para, con rapidez, generar innovaciones y ventajas competitivas antes de que lo hagan nuestros competidores.

Continuamente se están emitiendo señales -que pueden conllevar amenazas y oportunidades relevantes- que es preciso identificar, calificar y valorar, tomando las decisiones adecuadas con rapidez. Esto requiere que todas las personas de la organización estén muy atentas a las señales, capacitadas para calificarlas y dotadas de poder para tomar decisiones rápidas. Y esto requiere, asimismo, organizaciones muy descentralizadas, con un estilo de liderazgo ampliamente distribuido, que incluya la gestión inteligente de las emociones. Ya no sirven las estructuras jerárquicas en las que, entre que se capta la señal, ésta llega a la cúspide, se toma la decisión y se transmite, ha desaparecido ya lo que motivaba la señal.

Requiere, además, personas muy motivadas y realmente implicadas en el proyecto empresarial compartido, para lo cual es absolutamente necesaria la participación en su gestación, factor clave de competitividad. Y no vale cualquier tipo de competitividad, a cualquier precio y a costa de la dignidad humana. Debemos construir una competitividad basada en la cooperación, en la integridad, en la ética, conectando con el conjunto de valores que impulsan y cultivan las interrelaciones humanas.

Para ello, tenemos referentes históricos suficientes en nuestro propio país, con proyección y renombre internacional, y nuevos referentes que han surgido en Centroeuropa. Me refiero a la economía del bien común, que coincide con las tesis que hace casi 60 años indujeron a José Maria Arizmendiarrieta y unos pocos más a impulsar el exitoso movimiento cooperativo que tanto ha aportado a nuestro país.

Y sin perjuicio de que se vayan estructurando movimientos sociales a favor de la economía del bien común, es necesario que nuestras instituciones públicas impulsen e incentiven esta competitividad basada en la cooperación.

Ya basta de recortes en actividades tan básicas como la investigación, la educación o la sanidad, que deben ser la inversión en la construcción de nuestro futuro, así como la participación e implicación de las personas. Ya es hora de que volvamos a invertir en futuro con decisión. Espero que el nuevo Gobierno Vasco y otras instituciones competentes en la materia lo hagan.