he estado unos días en la ciudad más rica -Munich- de la región más rica -Baviera- del país más rico de Europa -Alemania-. Ha sido una experiencia muy enriquecedora sobre qué es la movilidad sostenible, en la más amplia expresión de la palabra, tanto en su vertiente de reparto de medios de transporte, como en sus facetas económica y educacional.

Al día siguiente de llegar, cogí el metro para ir al centro y una vez sacado el ticket empezaron las clases. El acceso a las escaleras de bajada a los andenes tenía unos seis metros de anchura y únicamente había tres pequeños postes para ticar, uno en el centro y dos a ambos lados; nadie vigilaba, pero allí no pagar es impensable. Cuando llegó el metro fue como un una regresión al pasado. Aquel vehículo tendría más de 30 años y parecía más de la RDA que de la Alemania actual. Eso sí; estaba impecable, limpio, sin ninguna pintada, no se oía a nadie hablando en voz alta por teléfono, los mayores ocupaban los asientos y los jóvenes de pie.

Ya en la ciudad se comprueba fácilmente que los peatones, las bicicletas y el transporte público tienen preferencia, mientras el vehículo privado se mueve por el exterior.

Al regreso, para ir al aeropuerto tomé el tren y en el apeadero volví a experimentar ese salto al pasado. La caseta donde estaba la máquina expendedora de los billetes era extremadamente simple. Ya en el aeropuerto observé que el edificio era normal y corriente, acristalado, de líneas rectas, sencillas y funcionales. Estaba dividido en dos terminales conectadas por una plaza central, cubierta por una estructura metálica con techo pero sin cerramiento lateral, a pesar de que en Munich nieva considerablemente.

Ahí acabaron las clases intensivas. Una vez dentro de la terminal, en la misma la puerta de embarque, el compatriota que se sentaba a mi lado estuvo más de un cuarto de hora hablando por teléfono a grito pelado sobre unas facturas que le debía la empresa de no sé qué. Posteriormente, la llegada al aeropuerto vecino de Loiu fue una terapia de choque para volver a la realidad. Esas vigas curvas de hormigón blanco visto, ese diseño futurista, esa diversidad de salas y alturas, los miradores en la recogida de maletas, más de 3.000 plazas de aparcamiento para que todo el mundo vaya en coche? Y por último, cogí el coche y por la autopista y la autovía inmaculadas y con muy poco tráfico llegué a casa.

Rafael Díez de Arizaleta