me imagino la cara de espanto de los miles de aficionados baskonistas viendo a su equipo hacer el ridículo en Kaunas. No recuerdo algo así, ni siquiera en la época anterior al Querejeta presidente cuando el Baskonia era un equipo de pueblo que se conformaba con no bajar de categoría y soñaba con plantear resistencia de vez en cuando a los más poderosos de la Liga. Ha habido derrotas sonadas, claro, pero nunca con esta sensación de juguete roto, de muñeco decapitado por un niño malvado, directo a la basura sin remedio. No es que sean buenos o malos jugadores -que muy buenos no serán cuando acaban de batir el récord negativo de anotación (45) en su particular historia-, es que parecen psicológicamente muertos. El derrumbamiento ante un par de errores propios o aciertos del contrario es brutal, descomunal. Se pasa de tratar de recortar las desventajas a rezar de que el suplicio acabe cuanto antes. Y eso lleva ocurriendo varios partidos, claro, y por eso se ha marchado Ivanovic. Querejeta dijo en su adiós que no podía cambiar a los 11 jugadores y que por eso echaba al entrenador con el que mejor ha trabajado en su casi cuarto de siglo como presidente. Quizá no a los once, pero seguro que un par de ellos, al menos, no acaban la temporada en Vitoria. Si decía antes que los aficionados acabaron espantados no puedo ni imaginar en cómo se lo habrá tomado el mayor forofo del equipo. Bueno, sí me lo imagino. Su ira, controlada por fuera y furibunda por dentro, no la calma ni un triunfo mañana contra el Unicaja por aplastante que sea.
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