HACE ya largos años que Francia pasea por el mundo una imagen de defensora de los derechos humanos y deshacedora de entuertos en el ámbito internacional. Sin embargo, a los que la hemos cotejado de cerca, este marketing exterior nos está ocasionando más de un resquemor interior. Comercializa fabulosamente las burbujas de su champagne, su estatus de oasis democrático y la fragancia de sus perfumes numerados. Pero hablando de números, la larga lista de tropelías que se dan en el interior de su hexágono no cesa de acrecentarse en estos tiempos.
La última en fecha ha sido el caso de Aurore Martin, una ciudadana de Iparralde y evidentemente francesa que por sus simpatías para con sus conciudadanos españoles de Hegoalde ha acabado siendo trasladada al acogedor Parador de la Audiencia Nacional. Poco ha importado que Batasuna no estuviera ilegalizada en Iparralde o que decenas de electos de todo color se hayan opuesto a esta arbitrariedad.
Todos estos tejemanejes me acaban sumiendo en los avatares metafísicos de las políticas de derechas e izquierdas. Si nos resultaban sobradamente conocidos los métodos de las derechas -¡ar!- es interesante constatar que las izquierdas, desde la gauche divine a la gauche caviar, dan igualmente la talla. El ministro francés de Interior, Manuel Valls, echa la pelota al tejado de los togados aduciendo no saber nada, mientras su homólogo español, Jorge Fernández Díaz, dice que lo poco que sabe es gracias al otro, mientras impulsa procedimientos judiciales a diestro y siniestro para diluir todas las esperanzas de resolución del conflicto que pudiéramos albergar.
Mientras Valls mezcla la mayoritaria reivindicación administrativa para Iparralde con ETA, Fernández Díaz habla de disoluciones programadas sin mover un ápice su cucharilla.
Mariano Rajoy y François Hollande cruzan sus brazos derecho e izquierdo para sumirse en un profundo mutismo. Cabe pensar que este dúo no es políticamente muy dinámico en lo que a nosotros atañe, y su actitud resulta diametralmente opuesta en lo que a restricciones económicas se refiere.
Como de Rajoy ustedes lo saben casi todo, centrémonos en Hollande y en su aún corta trayectoria como presidente de la República francesa. Su actual índice de confianza del 34% muestra a las claras que se ha producido una neta ruptura entre sus promesas electorales y la realidad pura y dura.
Sus escasos resultados en la penalización fiscal a los poderosos le han encaminado a multiplicar tasas e impuestos a todas las demás clases sociales, haciendo de nosotros los eternos paganos. Las bajas previstas en el gasto público y en el tren de vida estatal siguen olvidadas en el túnel del tiempo.
El que parecía interlocutor potente de una nueva Europa ha tergiversado el juego, convirtiéndose en un sumiso más, esclavo de los mercados y con una manifiesta falta de liderazgo. Multiplica ahora su solicitud de informes a distintos expertos para estudiar reformas estructurales capaces de sacarle del atolladero presupuestario.
El actual comisionado de Competitividad francés, Louis Gallois, un hombre de empresa, ha sido el último en proponer a Hollande sus 22 medidas anticrisis. Según su lógica, ha propuesto aligerar las cargas patronales para buscar una nueva competitividad de choque a cinco años vista y apunta como objetivo final a la disminución de los costos globales de producción en un 4%. El plazo parece largo para revitalizar el tan ansiado consumo al que nos empujan, y el porcentaje anual del 0,8%, extremadamente corto para lograr el chispazo competitivo y animar a los inversores. Se habla también en dicho informe de aplicar un IVA del 33% a los productos de lujo, y el actual presidente francés se ha apresurado en anunciarnos incrementos del 8% al 10% y del 19,6% al 20%, según los productos, excepto a los cuatro de primera necesidad, en los que la tasa baja un 0,5%.
Sopas de leche con pan para que su demagogia izquierdosa quede a salvo. Este tema del IVA se parece como dos gotas de agua al que su antecesor Nicolas Sarkozy auspiciaba otrora, catalogándolo de antideslocalización y social. El nuevo IVA ya no es social, ahora es socialista. En cuanto al régimen laboral, se trataría de trabajar 37 horas en lugar de las 35 actuales para ganar, evidentemente, lo mismo. Resumiendo, actualizar lo que ya hizo el excanciller Gerhard Schroeder en Alemania hace unos años.
Hollande se enfrenta a dos grandes problemas: que a partir de 2014 su modelo presupuestario se va a pique sin un crecimiento anual superior al 2% y que si el déficit francés supera el 3%, la tenaza de los mercados le va a hacer picadillo. Dicha escalera resulta de difícil ascenso si se resbala ya en el primer escalón. Realmente, los alemanes no han mejorado notablemente sus costos directos de producción, pero sí los indirectos que subcontratan como servicios. Su producto final, siendo eminentemente bueno, sigue siendo caro, pero mantienen sus márgenes y siguen vendiendo.
Aquí, y sin mirar dónde puede estar el límite, se bajan los precios de los productos industriales y aún así cojean las ventas. Quizás la diferencia radique en que ellos han sabido invertir en investigación y desarrollo cuando se disponía de medios para ello, pero es igualmente cierto que en general ha primado la buena gestión, tanto en lo público como en lo privado. Y sin querer restarles mérito alguno, quisiera recordar que la Unión Europea, y con ella todos nosotros, les ayudó política y financieramente en la dificultosa digestión que atravesaron para digerir su RDA.
En cualquier grupo las integraciones deben ser justas y solidarias, del mismo modo que las mutualizaciones de las deudas y que las soberanías compartidas de la UE.
En las rotondas de la Historia es importante mirar a derecha e izquierda para que este continente no pierda el norte democrático que sus pobladores demandan.