según se ha dicho, ETA contempla un proceso de desarme unilateral y sin condiciones. Así, de manera textual. El verbo contempla parece referirse al desarrollo de un proceso de debate interno ante el que el citado desarme unilateral aparecería, entre varias opciones, como la alternativa más probable. Por su parte, el uso del sustantivo proceso lleva a sospechar que el repetido desarme será dosificado para lograr finalmente el reconocimiento político que la organización armada espera obtener. Es decir, ETA estaría valorando un cambio de planes que convertiría la bilateralidad de un diálogo al más alto nivel, que ahora plantea como prerrequisito, en un objetivo a verificar a lo largo del proceso. Pero no es un cambio cualitativo. A la postre, el orden de los factores no altera el producto.
La razón que movería a la organización terrorista a dar este paso tendría que ver con el rechazo del Gobierno español a entablar una negociación que aborde con ETA la política carcelaria, prácticamente quieta y parada a pesar del cese de las actividades violentas, declarado hace más de un año.
De toda la liturgia de Aiete, que el MLNV quiere convertir en un fetiche de adoración obligada, lo más difícil de entender es ese punto 2 que insta a conversar con ETA para abordar las llamadas consecuencias del conflicto. Esta cuestión no es, como se pretende hacer creer, puramente técnica ¿Cómo es posible conversar sobre las consecuencias de un conflicto sin que los participantes en las citadas conversaciones se apropien de la total representación del mismo conflicto referido? Y, si se trata de sentarse con ETA, ¿cómo se puede evitar, siendo esta organización parte integrante del diálogo al que insta la Conferencia de Aiete, que de ahí se concluya su reconocimiento como agente clave en el origen, desarrollo y resolución de aquel conflicto, que de manera simplista muchos confunden (o quieren confundir) con el contencioso histórico vasco? De acuerdo con este esquema, sentarse con ETA con carácter previo o hacerlo para ratificar el final de un proceso viene a desembocar casi en lo mismo.
Si lo vemos desde el punto de vista de política de imagen, la noticia es sugerente. Pero, en realidad no supone una alteración significativa de la hoja de ruta fijada por ETA hace ya tres años largos, en su documento-guión titulado Proceso democrático, que por ahora sigue siendo la misma: "ETA no desaparecerá, continuará como organización política dentro de la Izquierda Abertzale, hasta que otro tipo de situación y debates digan lo contrario".
Por eso, decir que iniciar un proceso de desarme unilateral equivale a la disolución práctica de ETA es un intento de vender gato por liebre. La única disolución práctica es la disolución real y efectiva. El mantenimiento de esta organización (armada todavía hasta los dientes, tal y como se ha visto en las últimas detenciones), aunque fuera como organización política inactiva, sería el mantenimiento de sus justificaciones y su relato histórico.
Ese es el escenario que Mintegi auguró en campaña electoral "que cada cual cuente la historia como la ha vivido, pero reconociendo el relato que hace la otra parte". La declaración de Glencree ha mostrado, sin embargo, que no puede aceptarse ningún relato que justifique la violencia ilegítima y que a los que la han practicado les es exigible una revisión autocrítica del pasado. La resistencia de ETA a su disolución únicamente podría entenderse como un desprecio a dicha autocrítica. En definitiva, como un portazo a la paz.