hace unos días leía en una revista de economía que algunos expertos, y debido al envejecimiento de la población, aludían a ley de Malthus, que se daba superada en su formulación de que mientras la población crecía en una progresión geométrica, los recursos lo hacían de forma aritmética. No sé si así será, pero lo que vemos cada vez más claro es que cada día desayunamos con mayor zozobra y muchos de nosotros con el agua al cuello por esta crisis galopante mientras se dan nuevos casos de corrupción y saqueo de los fondos públicos en los que participan quienes recibieron el voto de la ciudadanía.

Y lo sorprendente es que pese a denuncias, detenciones, encausamientos judiciales, investigaciones, etcétera, esta peste no parece tener fin. Las vacunas no parecen eficaces porque el aumento va increcendo y las cantidades desviadas son cada vez mayores. Si pensamos en la cantidad de millones de euros a los que se les ha torcido el cauce y han parado en las cuentas de los corruptos de turno, podríamos sacar quizás la conclusión de que la crisis hubiera sido de otra forma si las aguas de la plata hubieran sido manejadas con honestidad y eficacia. Porque no sólo ha sido el dinero de nuestros impuestos, se han cambiado muchas de las ayudas europeas para fines inconfesos. Sería necesario un libro al que siempre le faltarían hojas para desmenuzar tantos y tantos casos del apoderamiento de fondos públicos, quizás al grito de que es algo que apareció como el maná, caído del cielo, ya que algún encopetado político mantiene la teoría de que ese dinero no es de nadie.

Mientras, el pueblo llano asiste impotente a esta desvergüenza total en la que quienes tienen medios para atajarla, como mínimo no saben o miran para otro lado. No les importa el dolor de viudas con pagas ridículas ni de mínima supervivencia, autónomos que cierran sus negocios porque no pueden más, empresas que se engalanan porque vana a hacer cualquier nuevo automóvil a costa de estrujar a sus trabajadores bajo la firma de convenios imposibles de asumir, pensionistas que no aguantan ni un día más su declive, etcétera. Eso sí, la clase privilegiada va a la suya y cada vez se encuentra con la conciencia más tranquila por haber arrojado sus migajas.

Nos queda el consuelo tristísimo de que aún estando peor que ayer, de no ocurrir un milagro, estamos mejor que mañana? Quizás tengamos que preguntarnos como Cicerón: Quosque tarden abutere clase politica patientia nostra?

Fernando Semprún Romeo

Vitoria-Gasteiz